
Asradi
Völva
12-02-2025, 12:14 PM
La atención de Asradi se desvió momentáneamente de aquella criatura al resto de sirenas que, ahora, estaban en los alrededores. Eran como cadáveres vivientes, por así decirlo. Criaturas sin alma o totalmente amedrentadas (o hipnotizadas) por la voz o la presencia de aquella fémina, con aquellos ojos vacíos y aquellas sonrisas que, aunque parecían sinceras, Asradi no creía que lo fuesen. Su sojos y su atención viajó unos instantes hacia su propia madre. Y verla en ese estado, en esa situación, hizo que sus entrañas se removiesen. Ella siempre había sido fuerte y orgullosa, incluso después de que su padre hubiese desaparecido y la había criado y enseñado todo lo que la joven sirena sabía ahora, junto con la matriarca. Pensar en todo eso, y en como aquello parecía haberse desvanecido de un coletazo, le hizo rechinar los dientes.
— No, no quiero escucharte. — Volvió a sentenciar, esta vez con un tono más duro. — Si eres la que he escuchado cantar, es mejor que ahogues tu voz si solo vas a provocar daño. ¡Libéralas ahora mismo! No sé que les has hecho, pero no son tus marionetas. Ni tus esclavas.
Detestó la última palabra con todo su ser, porque nadie mejor que ella, en ese momento, conocía el verdadero significado, la verdadera implicación de esa palabra. Asradi nadó ligeramente alrededor, sin bajar la guardia y sin darle la espalda. Aquella enorme criatura parecía que estuviese en su terreno, aprovechándose de su tamaño con respecto a ella. Era su voz, esa cacofonía de voces intercaladas entre unas y otras lo que más le chirriaba, lo que más la confundía. Porque en ocasiones escuchaba voces que no reconocía y, en otras veces, le parecía escuchar coros que ya había escuchado en otras ocasiones. Voces familiares. Como la de la matriarca, por ejemplo. Era como si aquella “cosa” se hubiese tragado la voluntad, la voz de su propia abuela. Y de tan solo pensar en eso se le erizaban las escamas de la cola.
Asradi torció el gesto y frunció el ceño, volviendo a encarar a la otra sirena. Era como vivir un sueño extraño y bizarro, como una verdadera pesadilla, como si cualquier trauma que pudiese haber tenido y enterrado, saliese ahora a la luz de una forma que ni se explicaba ni entendía tampoco en su totalidad. Cuando aquella exclamó su nombre, en una cacofonía terrible, que resonó como el eco desgarrador, a través de aquel micrófono hecho de algas y de coral, Asradi titubeó unos segundos. Solo unos segundos. Pero no podía hacerlo. Su madre y las demás dependían de ella. Se los debía, por todo el tiempo que las había tenido preocupadas.
La retahíla de preguntas, con aquella voz aguda que pareciese que se iba a quedar sin aire, la mareó inicialmente, pero eso también solo provocó que su enfado comenzase a crecer cada vez más y más. Como una pequeña corriente que comienza en el fondo del océano y, poco a poco, va surgiendo y ganando fuerza a medida que se va aproximando hacia la superficie. Eso era lo que estaba pasando, paulatinamente, en el interior de la habitante del mar.
— No te conozco, no te recuerdo. Y juraría que nunca hemos jugado juntas de niñas. — Definitivamente, no recordaba a nadie como ella. No con esa fisonomía, no con esa apariencia. Y mucho menos, no con esa voz.
Cuando fue agarrada de los hombros, Asradi se revolvió violentamente, como un tiburón acorralado y no dudó en enseñar los dientes, esta vez afilados, habiéndose tornando claramente a los de la subespecie de sirena a la que pertenecía.
— Pero ya acallé tu canto una vez. ¿Qué les has hecho? ¿¡Dónde está la matriarca!? ¿Dónde están las demás? — Esta vez fue ella la que comenzó a alzar la voz a medida que iba promulgando las preguntas de por sí. Con un tono que comenzó a hacer vibrar las corrientes marinas a su alrededor. Ahora mismo, no estaba teniendo demasiado control de su voz, ni de sus sentimientos. Era verdad que no se esperaba un recibimiento dulce cuando llegase, pues quizás algunas ni se acordasen de ella. Pero nunca se había imaginado un suceso como el que estaba teniendo lugar en eses instantes.
— ¡¡HABLA!! — Prácticamente exclamó, dejando que las ondas sonoras volvieran a dispersarse, con la fuerza de una corriente marina, hacia la recién nombrada Scylla.
Scylla, no le sonaba de nada. No recordaba haber conocido a nadie así en su vida.
— No, no quiero escucharte. — Volvió a sentenciar, esta vez con un tono más duro. — Si eres la que he escuchado cantar, es mejor que ahogues tu voz si solo vas a provocar daño. ¡Libéralas ahora mismo! No sé que les has hecho, pero no son tus marionetas. Ni tus esclavas.
Detestó la última palabra con todo su ser, porque nadie mejor que ella, en ese momento, conocía el verdadero significado, la verdadera implicación de esa palabra. Asradi nadó ligeramente alrededor, sin bajar la guardia y sin darle la espalda. Aquella enorme criatura parecía que estuviese en su terreno, aprovechándose de su tamaño con respecto a ella. Era su voz, esa cacofonía de voces intercaladas entre unas y otras lo que más le chirriaba, lo que más la confundía. Porque en ocasiones escuchaba voces que no reconocía y, en otras veces, le parecía escuchar coros que ya había escuchado en otras ocasiones. Voces familiares. Como la de la matriarca, por ejemplo. Era como si aquella “cosa” se hubiese tragado la voluntad, la voz de su propia abuela. Y de tan solo pensar en eso se le erizaban las escamas de la cola.
Asradi torció el gesto y frunció el ceño, volviendo a encarar a la otra sirena. Era como vivir un sueño extraño y bizarro, como una verdadera pesadilla, como si cualquier trauma que pudiese haber tenido y enterrado, saliese ahora a la luz de una forma que ni se explicaba ni entendía tampoco en su totalidad. Cuando aquella exclamó su nombre, en una cacofonía terrible, que resonó como el eco desgarrador, a través de aquel micrófono hecho de algas y de coral, Asradi titubeó unos segundos. Solo unos segundos. Pero no podía hacerlo. Su madre y las demás dependían de ella. Se los debía, por todo el tiempo que las había tenido preocupadas.
La retahíla de preguntas, con aquella voz aguda que pareciese que se iba a quedar sin aire, la mareó inicialmente, pero eso también solo provocó que su enfado comenzase a crecer cada vez más y más. Como una pequeña corriente que comienza en el fondo del océano y, poco a poco, va surgiendo y ganando fuerza a medida que se va aproximando hacia la superficie. Eso era lo que estaba pasando, paulatinamente, en el interior de la habitante del mar.
— No te conozco, no te recuerdo. Y juraría que nunca hemos jugado juntas de niñas. — Definitivamente, no recordaba a nadie como ella. No con esa fisonomía, no con esa apariencia. Y mucho menos, no con esa voz.
Cuando fue agarrada de los hombros, Asradi se revolvió violentamente, como un tiburón acorralado y no dudó en enseñar los dientes, esta vez afilados, habiéndose tornando claramente a los de la subespecie de sirena a la que pertenecía.
— Pero ya acallé tu canto una vez. ¿Qué les has hecho? ¿¡Dónde está la matriarca!? ¿Dónde están las demás? — Esta vez fue ella la que comenzó a alzar la voz a medida que iba promulgando las preguntas de por sí. Con un tono que comenzó a hacer vibrar las corrientes marinas a su alrededor. Ahora mismo, no estaba teniendo demasiado control de su voz, ni de sus sentimientos. Era verdad que no se esperaba un recibimiento dulce cuando llegase, pues quizás algunas ni se acordasen de ella. Pero nunca se había imaginado un suceso como el que estaba teniendo lugar en eses instantes.
— ¡¡HABLA!! — Prácticamente exclamó, dejando que las ondas sonoras volvieran a dispersarse, con la fuerza de una corriente marina, hacia la recién nombrada Scylla.
Scylla, no le sonaba de nada. No recordaba haber conocido a nadie así en su vida.