Arthur Soriz
Gramps
26-02-2025, 03:52 AM
Scylla era incapaz de responder, no quería hacerlo. Solo sollozaba como la primera vez que la viste. Estaba hecha añicos no físicamente pero sí emocionalmente. Aquellas sirenas que la acompañaban estaban completamente inconscientes aún... pero las marcas en sus cuellos también se desvanecieron como las que tenían tus familiares. Siquiera te respondía a lo que decías, tan solo hamacándose en lo que abrazaba sus propias rodillas, o bueno... lo que podría considerarse como tal; se abrazaba su propia cola.
Algo confundida aún con todo lo que había pasado, como haber despertado de una pesadilla, tu madre fue la primera en acercarse a ti. Te puso gentilmente una mano en el hombro, acariciando este y jalándote muy ligeramente tan solo para que te dieras vuelta. Negó con la cabeza en un principio, para luego hablar. — No fue ella la que hizo esto... — comentó en un principio. — Desde que desapareciste aquel día... ella no estaba bien, de hecho... siquiera tenía deseos de seguir siendo la matriarca. —explicaba lo mejor que podía. Su voz sonaba un poco forzada, o cansada. Como si hubiera estado luchando por salir a la luz entre las otras que Scylla había tomado para ella hasta ahora. — Cada vez cantaba menos, un cascarón de lo que tú recordabas, Asradi... Llegó un momento en el que la encontramos así, y no importaba lo que hiciéramos ese hielo no se derretía. Pero eso no excusa lo que sí hizo ella. —miró de reojo a Scylla, la cual seguía sollozando, su mente lo más probable que totalmente quebrada si es que le había quedado algo de sanidad esta ahora se había esfumado por completo.
La que había recibido ese apretón en su cuello como si hubiera sido asesinada, acariciándose este notándose el moretón, señaló a donde estaba la matriarca, cuando voltearas tu mirada verías una grieta en el hielo. Que poco a poco comenzaba a hacerse más grande. Era como si la presencia de tu voz en Skjoldheim y en especial en los fiordos de Jörmungandr habían hecho efecto en la tristeza eterna que la matriarca había tenido que aguantar en su corazón tras tu ausencia forzada por esos malditos dragones celestiales.
— Cariño... creo que es capaz de oírte.
Dijo tu madre, acariciando gentilmente tu espalda. Se les veía a todas muy cansadas, como si hubieran estado en constante labor sin descanso por mucho tiempo. Su nadar era lento, sus miradas o mejor dicho párpados se veían caídos. A saber cuánto tiempo estuvieron bajo la servidumbre de una mente tan débil. — Deja que te escuche... que la matriarca sepa que has vuelto a nosotras. Hazle saber cuánto has crecido... —te dijo sonriéndote con dulzura, esa misma mirada que siempre te daba cuando te impulsaba a cantar, a mostrarte más; a quitarte la vergüenza. Eso había quedado atrás, te habías vuelto una auténtica mujer, y era hora de dejar los miedos atrás y mostrar de lo que estabas hecha una vez más.
El resto de las sirenas te acompañaban, algunas incluso asegurándose de que tanto Scylla como las otras dos sirenas no escaparan o se escabulleran cuando estuvieran distraídas. Incluso le arrebataron la estrella de mar carmesí que pertenecía a la matriarca, poniéndola en tus manos. Quizás así, podrías hallar la fuerza para llamarla, para despertarla de ese letargo en el que ella misma se había puesto. Ya habría tiempo para lidiar con la causante de este reciente dolor... pero ahora habían viejas heridas que se merecían sanar.
Algo confundida aún con todo lo que había pasado, como haber despertado de una pesadilla, tu madre fue la primera en acercarse a ti. Te puso gentilmente una mano en el hombro, acariciando este y jalándote muy ligeramente tan solo para que te dieras vuelta. Negó con la cabeza en un principio, para luego hablar. — No fue ella la que hizo esto... — comentó en un principio. — Desde que desapareciste aquel día... ella no estaba bien, de hecho... siquiera tenía deseos de seguir siendo la matriarca. —explicaba lo mejor que podía. Su voz sonaba un poco forzada, o cansada. Como si hubiera estado luchando por salir a la luz entre las otras que Scylla había tomado para ella hasta ahora. — Cada vez cantaba menos, un cascarón de lo que tú recordabas, Asradi... Llegó un momento en el que la encontramos así, y no importaba lo que hiciéramos ese hielo no se derretía. Pero eso no excusa lo que sí hizo ella. —miró de reojo a Scylla, la cual seguía sollozando, su mente lo más probable que totalmente quebrada si es que le había quedado algo de sanidad esta ahora se había esfumado por completo.
La que había recibido ese apretón en su cuello como si hubiera sido asesinada, acariciándose este notándose el moretón, señaló a donde estaba la matriarca, cuando voltearas tu mirada verías una grieta en el hielo. Que poco a poco comenzaba a hacerse más grande. Era como si la presencia de tu voz en Skjoldheim y en especial en los fiordos de Jörmungandr habían hecho efecto en la tristeza eterna que la matriarca había tenido que aguantar en su corazón tras tu ausencia forzada por esos malditos dragones celestiales.
— Cariño... creo que es capaz de oírte.
Dijo tu madre, acariciando gentilmente tu espalda. Se les veía a todas muy cansadas, como si hubieran estado en constante labor sin descanso por mucho tiempo. Su nadar era lento, sus miradas o mejor dicho párpados se veían caídos. A saber cuánto tiempo estuvieron bajo la servidumbre de una mente tan débil. — Deja que te escuche... que la matriarca sepa que has vuelto a nosotras. Hazle saber cuánto has crecido... —te dijo sonriéndote con dulzura, esa misma mirada que siempre te daba cuando te impulsaba a cantar, a mostrarte más; a quitarte la vergüenza. Eso había quedado atrás, te habías vuelto una auténtica mujer, y era hora de dejar los miedos atrás y mostrar de lo que estabas hecha una vez más.
El resto de las sirenas te acompañaban, algunas incluso asegurándose de que tanto Scylla como las otras dos sirenas no escaparan o se escabulleran cuando estuvieran distraídas. Incluso le arrebataron la estrella de mar carmesí que pertenecía a la matriarca, poniéndola en tus manos. Quizás así, podrías hallar la fuerza para llamarla, para despertarla de ese letargo en el que ella misma se había puesto. Ya habría tiempo para lidiar con la causante de este reciente dolor... pero ahora habían viejas heridas que se merecían sanar.