Arthur Soriz
Gramps
08-03-2025, 11:34 AM
Tu voz, tímida en un principio... temerosa. Incluso luego de haberte enfrentado a Scylla y demostrado que te habías vuelto aquella mujer que toda tu familia sabía que serías, aún demostrabas que faltaba mucho por aprender. Tu pecho se sentía tenso en un principio, como si cada músculo de tu tórax se negara a colaborar. Pero cuanto más avanzaba la canción y recordabas los buenos momentos que no solamente la matriarca te había dejado en tus memorias pero también el resto de tu familia, más te ibas relajando. Tu voz tomaba un trémolo suave y delicado, dulce como la caricia de una mano maternal queriendo calmar tus penas. Ninguna osaba interrumpirte, ni mucho menos acompañarte... querían que solamente tú destacaras en esta ocasión. Que lo único y primero que escuchara la matriarca al despertar fuese tu voz, y lo primero que viera fuera tu rostro.
Con tu mano en ese trozo de hielo que actuaba como cúpula para aquella sirena, sentías las ligeras vibraciones volverse cada vez más fuertes. Primero fue un latido tenue, casi imperceptible pero a medida que continuabas cantando, se volvía tan fuerte como tambores de guerra. El hielo se iba resquebrajando poco a poco hasta que... al terminar la canción, el hielo simplemente cayó en pedazos, flotando en el agua y abriendo paso al cuerpo de la matriarca.
Sus ojos poco a poco se fueron abrieron débilmente. Se notaba que le pesaban... a saber cuánto tiempo había estado así. Tiritaba un poco pero no parecía tener frío. No al menos ahora que habías enardecido su corazón con tu voz nuevamente. Su vista se iba ajustando, y cuando se dio cuenta de quién se trataba, abrió los ojos como dos platos.
Incrédula, en verdad... pero entendía el por qué. La única que tenía derecho de interrumpir su letargo eras tú, y tú eras quien ahora la miraba fijo a los ojos. Expectante seguramente, por saber cómo reaccionaría, cómo actuaría. Sin decir ni una palabra, alzó una mano, acercándola a tu rostro. Una caricia suave recorrió tu mejilla con el dorso de sus dedos. Te miró, de pies a cabeza. Estaba inspeccionando cuánto habías crecido, con una expresión de orgullo innegable. Estaba viendo a ese dulce retoño que nadaba por todos lados con la curiosidad más grande que conoció en su larga vida... y ahora había crecido tanto.
Te habían arrebatado parte de tu infancia, la crueldad de seres que se creían con el derecho de tenerte como un juguete y luego tirarte cuando se aburrieran. Cruel destino había sido el tuyo, pero había algo catártico en todo lo que sucedió. Tanto tiempo habías tenido que callar tu voz, silenciar tus palabras y olvidar tu canto... nada más siendo permitida cuando el Tenryuubito te lo permitía o pedía como entretenimiento. Y ahora podías soltar a vivavoz todo lo que en tu corazón residía desde aquel entonces.
— ¿Qué te tomó tanto tiempo, mi pequeña...? —preguntó la matriarca. Se notaba agotada, o mejor dicho con cierto letargo, tal vez por el tiempo que había estado allí metida. El movimiento de su aleta era lento, aún estaba recuperando un poco la compostura. — No... no importa, lo bueno... es saber que estás aquí, entre nosotras... de nuevo. Ya habrá tiempo para que nos cuentes todo... — rápidamente interrumpió. No es que no le interesara todo por lo que habías pasado... pero ya habría tiempo para saberlo, para que se los contaras. — Pude... pude escuchar tu voz, la voz ... Tu madre tenía razón, realmente eres especial... Asradi.
Tiempo al tiempo.
Ahora estabas allí, y aún creyendo que estaba en medio de un eterno sueño, continuó haciéndote mimos en el rostro. Te sujetaba las mejillas con las dos manos, sin quitarte la mirada de encima. Entrecerró su mirar, parpadeando lento como si no quisiera perderte de vista ni un segundo. Se negaba a perderte una vez más. Lo mismo hacía tu madre, y todas las demás... Habían muchas cosas por hablar, tanto tiempo para ponerse al día, o simplemente disfrutar de la compañía ajena. Además, se merecían un descanso, habían pasado tantas cosas en un solo día en cuestión de horas que las emociones más fuertes se sentían aún a flor de piel.
Tu madre te puso una mano en el hombro, y apoyando su cabeza contra la tuya en un gesto cariñoso, habló. — Despertarte la voz ... yo siempre supe que la tenías, nunca lo dudé... nos liberaste, a todas... incluso a ella. — murmuró, mirando de reojo a Scylla en ese estado tan deplorable en el que se encontraba. — Nos salvaste, hija...
Se iban llevando a Scylla, ¿a dónde? Eso ya sería decisión de la matriarca, o incluso... si así lo deseabas, tuya.
Con tu mano en ese trozo de hielo que actuaba como cúpula para aquella sirena, sentías las ligeras vibraciones volverse cada vez más fuertes. Primero fue un latido tenue, casi imperceptible pero a medida que continuabas cantando, se volvía tan fuerte como tambores de guerra. El hielo se iba resquebrajando poco a poco hasta que... al terminar la canción, el hielo simplemente cayó en pedazos, flotando en el agua y abriendo paso al cuerpo de la matriarca.
Sus ojos poco a poco se fueron abrieron débilmente. Se notaba que le pesaban... a saber cuánto tiempo había estado así. Tiritaba un poco pero no parecía tener frío. No al menos ahora que habías enardecido su corazón con tu voz nuevamente. Su vista se iba ajustando, y cuando se dio cuenta de quién se trataba, abrió los ojos como dos platos.
Incrédula, en verdad... pero entendía el por qué. La única que tenía derecho de interrumpir su letargo eras tú, y tú eras quien ahora la miraba fijo a los ojos. Expectante seguramente, por saber cómo reaccionaría, cómo actuaría. Sin decir ni una palabra, alzó una mano, acercándola a tu rostro. Una caricia suave recorrió tu mejilla con el dorso de sus dedos. Te miró, de pies a cabeza. Estaba inspeccionando cuánto habías crecido, con una expresión de orgullo innegable. Estaba viendo a ese dulce retoño que nadaba por todos lados con la curiosidad más grande que conoció en su larga vida... y ahora había crecido tanto.
Te habían arrebatado parte de tu infancia, la crueldad de seres que se creían con el derecho de tenerte como un juguete y luego tirarte cuando se aburrieran. Cruel destino había sido el tuyo, pero había algo catártico en todo lo que sucedió. Tanto tiempo habías tenido que callar tu voz, silenciar tus palabras y olvidar tu canto... nada más siendo permitida cuando el Tenryuubito te lo permitía o pedía como entretenimiento. Y ahora podías soltar a vivavoz todo lo que en tu corazón residía desde aquel entonces.
— ¿Qué te tomó tanto tiempo, mi pequeña...? —preguntó la matriarca. Se notaba agotada, o mejor dicho con cierto letargo, tal vez por el tiempo que había estado allí metida. El movimiento de su aleta era lento, aún estaba recuperando un poco la compostura. — No... no importa, lo bueno... es saber que estás aquí, entre nosotras... de nuevo. Ya habrá tiempo para que nos cuentes todo... — rápidamente interrumpió. No es que no le interesara todo por lo que habías pasado... pero ya habría tiempo para saberlo, para que se los contaras. — Pude... pude escuchar tu voz, la voz ... Tu madre tenía razón, realmente eres especial... Asradi.
Tiempo al tiempo.
Ahora estabas allí, y aún creyendo que estaba en medio de un eterno sueño, continuó haciéndote mimos en el rostro. Te sujetaba las mejillas con las dos manos, sin quitarte la mirada de encima. Entrecerró su mirar, parpadeando lento como si no quisiera perderte de vista ni un segundo. Se negaba a perderte una vez más. Lo mismo hacía tu madre, y todas las demás... Habían muchas cosas por hablar, tanto tiempo para ponerse al día, o simplemente disfrutar de la compañía ajena. Además, se merecían un descanso, habían pasado tantas cosas en un solo día en cuestión de horas que las emociones más fuertes se sentían aún a flor de piel.
Tu madre te puso una mano en el hombro, y apoyando su cabeza contra la tuya en un gesto cariñoso, habló. — Despertarte la voz ... yo siempre supe que la tenías, nunca lo dudé... nos liberaste, a todas... incluso a ella. — murmuró, mirando de reojo a Scylla en ese estado tan deplorable en el que se encontraba. — Nos salvaste, hija...
Se iban llevando a Scylla, ¿a dónde? Eso ya sería decisión de la matriarca, o incluso... si así lo deseabas, tuya.