Drake Longspan
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15-08-2024, 08:57 PM
(Última modificación: 15-08-2024, 09:10 PM por Drake Longspan.)
Todo parecía en orden, era un gran día, le habían invitado a comer, las sombras jugaban sobre las mesas de madera mientras los clientes charlaban animadamente, había un pato sobre un cojín, era cierto, pero hasta ahí. Drake Longspan disfrutaba de un bien merecido descanso de su infructuosa vida como carpintero y luchador callejero. Frente a él, un humeante plato de estofado esparcía su aroma embriagador, una mezcla de especias y carne tierna que prometía satisfacer el apetito más voraz. La vida es bella.
Sin embargo, la tranquila atmósfera de la taberna fue interrumpida abruptamente. La puerta se abrió de golpe, y una banda de mafiosos minks irrumpió en el local, sus ojos feroces y su actitud amenazante. Los murmullos se apagaron instantáneamente, y un silencio tenso se apoderó del lugar. Drake alzó la vista, evaluando la situación con un vistazo rápido. No era un hombre que se dejase intimidar fácilmente, pero tampoco era un tonto que buscaba peleas innecesarias.
«No es mi pelea, no les debo dinero todavía.»
Con una serenidad inquebrantable, tomó su plato de estofado, asegurándose de no derramar ni una gota de su valiosa comida. No había llegado tan lejos en la vida sin saber cuándo era prudente retirarse, si se podría decir lejos. Mientras se levantaba, su mirada se posó en el patio exterior, donde un grupo de personajes inusuales lo observaba con evidente curiosidad. Eran un conjunto variopinto, individuos de aspecto peculiar que destacaban incluso en un lugar tan ecléctico como esa taberna.
Drake, con su característico estilo, sacudió su brazo como un muñeco hinchable junto a su cabeza como modo de saludo. No era de los que ignoraban a las personas que le invitaban a comer gratis, pero tampoco era el momento para una charla casual. Podía sentir las miradas inquisitivas de los extraños minks sobre él.
Pero el joven carpintero sabía que la experiencia enseñaba lecciones que no todos estaban dispuestos a aprender: no todas las victorias se ganan con una katana en la cintura.
Con paso firme, se dirigió hacia la salida, manteniendo la compostura mientras los minks comenzaban a desplegarse por la taberna, buscando provocar algún enfrentamiento. Él, sin embargo, no tenía intención de caer en su trampa. Cruzó el umbral de la puerta y sintió el sol cálido del mediodía sobre su rostro. Afuera, el bullicio del pueblo continuaba, ajeno al conflicto que se desarrollaba en el interior.
Antes de alejarse, lanzó una última mirada hacia la mesa del patio, centrando su atención especialmente en aquel grande con pinta de vikingo, quizás fuese un hombre de negocios, iba tan bien acompañado, manteniendo una distancia prudencial, se quedó cotilleando la escena desde fuera de la taberna.
En este caso, lo que importaba era un delicioso estofado que aún humeaba en su mano, y la certeza de que había evitado una pelea innecesaria. Una retirada a tiempo, en verdad, era una victoria, especialmente con comida gratis.
Sin embargo, la tranquila atmósfera de la taberna fue interrumpida abruptamente. La puerta se abrió de golpe, y una banda de mafiosos minks irrumpió en el local, sus ojos feroces y su actitud amenazante. Los murmullos se apagaron instantáneamente, y un silencio tenso se apoderó del lugar. Drake alzó la vista, evaluando la situación con un vistazo rápido. No era un hombre que se dejase intimidar fácilmente, pero tampoco era un tonto que buscaba peleas innecesarias.
«No es mi pelea, no les debo dinero todavía.»
Con una serenidad inquebrantable, tomó su plato de estofado, asegurándose de no derramar ni una gota de su valiosa comida. No había llegado tan lejos en la vida sin saber cuándo era prudente retirarse, si se podría decir lejos. Mientras se levantaba, su mirada se posó en el patio exterior, donde un grupo de personajes inusuales lo observaba con evidente curiosidad. Eran un conjunto variopinto, individuos de aspecto peculiar que destacaban incluso en un lugar tan ecléctico como esa taberna.
Drake, con su característico estilo, sacudió su brazo como un muñeco hinchable junto a su cabeza como modo de saludo. No era de los que ignoraban a las personas que le invitaban a comer gratis, pero tampoco era el momento para una charla casual. Podía sentir las miradas inquisitivas de los extraños minks sobre él.
Pero el joven carpintero sabía que la experiencia enseñaba lecciones que no todos estaban dispuestos a aprender: no todas las victorias se ganan con una katana en la cintura.
Con paso firme, se dirigió hacia la salida, manteniendo la compostura mientras los minks comenzaban a desplegarse por la taberna, buscando provocar algún enfrentamiento. Él, sin embargo, no tenía intención de caer en su trampa. Cruzó el umbral de la puerta y sintió el sol cálido del mediodía sobre su rostro. Afuera, el bullicio del pueblo continuaba, ajeno al conflicto que se desarrollaba en el interior.
Antes de alejarse, lanzó una última mirada hacia la mesa del patio, centrando su atención especialmente en aquel grande con pinta de vikingo, quizás fuese un hombre de negocios, iba tan bien acompañado, manteniendo una distancia prudencial, se quedó cotilleando la escena desde fuera de la taberna.
En este caso, lo que importaba era un delicioso estofado que aún humeaba en su mano, y la certeza de que había evitado una pelea innecesaria. Una retirada a tiempo, en verdad, era una victoria, especialmente con comida gratis.