Jun Gunslinger
Nagaredama
16-08-2024, 01:37 AM
Jun había pasado la mayor parte de la noche en vela protestando y quejándose, sobre todo pidiendo por su amiga. Sus perturbaciones al silencio y el descanso de otros detenidos acabó por desatar discusiones con algunos de ellos, a quienes prometió les daría una paliza tan pronto saliera de allí alegando que a ella nadie le calla la boca. Eventualmente, el sueño venció a la fiera y se durmió sentada contra la fría pared, con los brazos rodeando sus rodillas y la cabeza escondida entre ellas.
El bullicio matutino no fue suficiente para despertarla; su sueño era bastante profundo y pesado, acompañado de intermitentes ronquidos. Sin embargo, el agudo chirrido de la puerta de la celda y el llamado del guardia le harían sobresaltarse y dar un respingo. Por un momento permaneció inmóvil, tratando de ubicarse en el espacio y tiempo, hasta que recordó exactamente donde estaba y cayó en cuenta de su infortunada situación.
El dorso de la zurda, que se movía pegadita a la otra por encadenada obligación, se deslizó torpemente por su boca para limpiar los rastros de saliva seca en la comisura de sus labios. Tras soltar un bostezo pesado, cerró los puños y se frotó los ojos para despejarse.
—¿No sirven desayuno aquí? —murmuró, con vos ronca y soñolienta, mientras levantaba ambos brazos en un intento de desperezarse y estirar los músculos entumecidos. Con una mezcla de desgano y resignación, se puso de pie mientras el guardia la instaba a salir.
Jun le obedeció sin mucho ánimo. Abandonó la celda y caminó delante de él, recorriendo el pasillo con deliberada lentitud y pereza, ya que no tenía prisa alguna por hacerle frente a su condena. Intuía más o menos lo que le esperaba para ese día, y sus sospechas acabaron por confirmarse cuando divisó al final del pasillo aquella cubeta y el cepillo.
Escuchó las palabras que el marine escupía a sus espaldas, siempre con la vista al frente y sin contestarle. Ah, el sargento Lovecraft, ¡qué agradable sujeto!. Si tan solo ese viejo calvo no se hubiera entrometido en sus planes, ahora mismo Jun y Juri estarían varios kilómetros mar adentro, lejos de Isla Kilombo.
—Buenos días, Erny. Hermosa mañana, ¿verdad? —saludó burlona la joven Jun, enseñando tras una simpática sonrisa sus temibles dientes aserrados.
Habiendo cruzado al fin el patio central, recibió las últimas indicaciones por parte del guardia. Él le dijo que tan pronto acabara con su tarea la liberaría y podría largarse de allí.
—¿Cómo se supone que voy a limpiar si no me quitan los grilletes ahora? —inquirió, levantando ambas manos encadenadas a la altura del rostro. Sus palabras fueron ignoradas por completo por el guardia, que se retiró a vigilarla desde un punto cercano. Soltando un bufido de frustración, la peliazul se giró para contemplar la obra de arte que estaba obligada a borrar—. Ni modo.
Jun cogió el cepillo y sin mucho entusiasmo sumergió ambas manos en la cubeta. El agua enjabonada chorreó por el piso trazando un camino desprolijo hasta la pared, y con nulo ímpetu la Hafugyo comenzó a limpiar el labor artístico de su amiga... y su colorido mamarracho.
Mientras tarareaba una canción, su mente divagaba pensando en lo que había sucedido la noche anterior. Estaba especialmente preocupada por Juri, ya que no volvió a verla ni supo nada desde el momento en que las separaron.
—Trabajo muy duro, como un esclavo ♫... ay, ya se me olvidó todo.
El bullicio matutino no fue suficiente para despertarla; su sueño era bastante profundo y pesado, acompañado de intermitentes ronquidos. Sin embargo, el agudo chirrido de la puerta de la celda y el llamado del guardia le harían sobresaltarse y dar un respingo. Por un momento permaneció inmóvil, tratando de ubicarse en el espacio y tiempo, hasta que recordó exactamente donde estaba y cayó en cuenta de su infortunada situación.
El dorso de la zurda, que se movía pegadita a la otra por encadenada obligación, se deslizó torpemente por su boca para limpiar los rastros de saliva seca en la comisura de sus labios. Tras soltar un bostezo pesado, cerró los puños y se frotó los ojos para despejarse.
—¿No sirven desayuno aquí? —murmuró, con vos ronca y soñolienta, mientras levantaba ambos brazos en un intento de desperezarse y estirar los músculos entumecidos. Con una mezcla de desgano y resignación, se puso de pie mientras el guardia la instaba a salir.
Jun le obedeció sin mucho ánimo. Abandonó la celda y caminó delante de él, recorriendo el pasillo con deliberada lentitud y pereza, ya que no tenía prisa alguna por hacerle frente a su condena. Intuía más o menos lo que le esperaba para ese día, y sus sospechas acabaron por confirmarse cuando divisó al final del pasillo aquella cubeta y el cepillo.
Escuchó las palabras que el marine escupía a sus espaldas, siempre con la vista al frente y sin contestarle. Ah, el sargento Lovecraft, ¡qué agradable sujeto!. Si tan solo ese viejo calvo no se hubiera entrometido en sus planes, ahora mismo Jun y Juri estarían varios kilómetros mar adentro, lejos de Isla Kilombo.
—Buenos días, Erny. Hermosa mañana, ¿verdad? —saludó burlona la joven Jun, enseñando tras una simpática sonrisa sus temibles dientes aserrados.
Habiendo cruzado al fin el patio central, recibió las últimas indicaciones por parte del guardia. Él le dijo que tan pronto acabara con su tarea la liberaría y podría largarse de allí.
—¿Cómo se supone que voy a limpiar si no me quitan los grilletes ahora? —inquirió, levantando ambas manos encadenadas a la altura del rostro. Sus palabras fueron ignoradas por completo por el guardia, que se retiró a vigilarla desde un punto cercano. Soltando un bufido de frustración, la peliazul se giró para contemplar la obra de arte que estaba obligada a borrar—. Ni modo.
Jun cogió el cepillo y sin mucho entusiasmo sumergió ambas manos en la cubeta. El agua enjabonada chorreó por el piso trazando un camino desprolijo hasta la pared, y con nulo ímpetu la Hafugyo comenzó a limpiar el labor artístico de su amiga... y su colorido mamarracho.
Mientras tarareaba una canción, su mente divagaba pensando en lo que había sucedido la noche anterior. Estaba especialmente preocupada por Juri, ya que no volvió a verla ni supo nada desde el momento en que las separaron.
—Trabajo muy duro, como un esclavo ♫... ay, ya se me olvidó todo.