¿Sabías que…?
... el concepto de isla Demontooth hace referencia a una rivalidad legendaria en la obra.
Brindis a la luz de la Luna [Público]
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
La noche en el local se desplegaba como una sinfonía intrincada y cuidadosamente orquestada. El murmullo de conversaciones mezcladas con el suave tintineo de copas componía una melodía constante, una especie de acompañamiento armónico a la elegante danza de las luces que se reflejaban en las aguas circundantes bajo la luz cruda de la luna. Desde mi posición cercana al muchacho, observaba la escena como quien analiza una partitura compleja. Cada carraspeo, cada gesto, cada mirada era una nota en esa vasta composición, una parte esencial de la textura sonora que definía el lugar.

Mi interlocutor, el hombre castaño de altivo porte, reseñó acerca de los cursos del rumbo de la vida, y lejos de responderme, se tomó su tiempo para replicar una respuesta vacía, pero cargada de inquina, pues quizá pensara que la palabrería lo ocultaría como un manto de invisibilidad. Nada más lejos, pues me tomé mi tiempo para observarlo con un gesto totalmente frío, casi distante, pero con una extraña mirada cálida, para responderle, tras permitir que sus palabras restallasen como un látigo al aire. No me apresuré a responder; en su lugar, dejé que el silencio se asentara, como la pausa medida entre los compases de una sinfonía bien ejecutada, sonriéndole finalmente antes de proceder.

Manteniendo mi compostura, le respondí con la misma calma que me había caracterizado durante toda la noche. Mis palabras eran un contrapunto deliberado a las suyas, diseñadas para mantener el equilibrio de poder sin revelar demasiado. 
- Yo solo soy un mero espectador que decanta cada sutil matiz del humor que exhala la humanidad - comenté con un sutil gesto de apoyo, observando su reacción con la precisión de un músico midiendo el tempo de una pieza. En ese momento, la conversación dejó de ser un mero intercambio de palabras y se transformó en algo más profundo, un juego de espejos donde cada uno de nosotros reflejaba al otro, tratando de descifrar qué se ocultaba detrás de las máscaras.

Escuchaba, pero más allá de sus palabras, lo que realmente me interesaba era la forma en que las pronunciaba, las inflexiones sutiles en su voz que revelaban más de lo que tal vez él mismo pretendía. En mi mundo, la música verdadera se encontraba en las disonancias, en los matices que otros dejaban pasar por alto. Y este hombre, aunque hábil, no era inmune a esos pequeños destellos de verdad que se filtraban a través de su fachada cuidadosamente construida.

Cada palabra que pronunciaba, cada pausa que dejaba caer en el verso pronunciado, estaba calculada para provocar una respuesta específica. Sabía que no estaba ante un simple interlocutor, sino ante alguien que, como yo, entendía el arte de la conversación como una forma de manipulación sutil. Sin embargo, no era el baile grosero y obvio de los aspirantes, sino una especie de danza delicada donde cada paso debía ser ejecutado con precisión para evitar desentonar.

A medida que la conversación avanzaba, mis pensamientos se sumergían más profundamente en la estructura de este encuentro. No era solo lo que se decía o cómo lo decía, sino lo que elegía no decir. El silencio, en este caso, era tan elocuente como cualquier palabra. En este rincón del East Blue, refugio de los buscadores de placeres y secretos, las verdaderas notas de la melodía eran aquellas que no se tocaban, los silencios estratégicos que dejaban espacio para que la imaginación completara la composición.

Dejé que mis pensamientos se perdieran momentáneamente en la reminiscencia de lecciones pasadas, de aquellos que me habían enseñado a escuchar más allá de lo evidente, a encontrar la verdad oculta en los intersticios de la vida. Y entonces comprendí que este encuentro, al igual que una extraordinaria ópera, no se trataba de quién cantaba más, sino de quién lograba entonar mejor. Mientras él se esforzaba por mantener el control de la conversación, yo ya había comenzado a vislumbrar las notas disonantes en su discurso, las pequeñas imperfecciones que revelaban la verdad detrás de su máscara.

Había aprendido, a lo largo de los años, que las personas son como llaves, abriendo partes de nosotros mismos que ni siquiera sabíamos que existían. Pero no todas las puertas debían ser abiertas. Algunas, como bien sabía, escondían abismos insondables, secretos que era mejor dejar en la oscuridad. Y mientras consideraba sus palabras, me pregunté qué escondía este hombre tras su propia cerradura.

El Baratie seguía vibrando con su energía habitual, pero para nosotros, el tiempo parecía haberse detenido en una pausa sostenida, un punto de inflexión donde el próximo acorde decidiría la dirección de nuestra pieza compartida. Podía sentir la tensión en el aire, como un hilo invisible que nos unía a ambos en este juego de intelecto y voluntad. ¿Sería que alguno de nosotros cedería o más bien sería el inicio de alguna camaradería?

Finalmente, cuando decidí que era el momento adecuado para hablar, mis palabras fueron medidas y precisas, como las notas de un solo delicado en medio de una sinfonía tumultuosa. No necesitaba levantar la voz ni imponerme de manera evidente; el verdadero poder, como siempre, residía en la sutileza, en hacer que él cuestionara si realmente tenía el control de la conversación o si, sin saberlo, había estado siguiendo el ritmo que yo había marcado desde el principio.

- No soy una persona de vicios muy excéntricos, pero encontrar una buena conversación y tener la agudeza para poder atisbarlo es un don que me viene de madre - concluí con una sonrisa interesada.
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RE: Brindis a la luz de la Luna [Público] - por Terence Blackmore - 19-08-2024, 09:31 PM

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