Octojin
El terror blanco
21-08-2024, 02:19 PM
Después de enfrentar corrientes traicioneras y una niebla que parecía querer tragárselo, Octojin finalmente divisó su destino: el Baratie, el legendario restaurante flotante conocido por servir a los paladares más exigentes del mar. El gyojin sintió un alivio instantáneo al reconocer las siluetas del impresionante barco-restaurante, cuya estructura era tan única que no podía confundirse con ninguna otra.
El Baratie se presentaba como un galeón magníficamente adornado, con múltiples velas y banderas ondeando al viento, y una cocina que, según los rumores, podía satisfacer incluso al más hambriento de los piratas. Las ventanas adornadas y el bullicioso sonido de la risa y la charla que flotaba sobre el agua hasta sus oídos solo hacían que su estómago gruñera con más fuerza.
Con movimientos agotados pero decididos, Octojin nadó los últimos metros y subió la escalera de cuerda que colgaba del costado del Baratie. Sus músculos protestaron con cada movimiento, recordándole cada segundo de su ardua travesía a través del océano.
Una vez a bordo, se detuvo un momento para recuperar el aliento y observar su entorno. El interior del Baratie era aún más impresionante que su exterior. Cada detalle del decorado reflejaba el mar: desde las redes que colgaban de las paredes hasta los mástiles que se incorporaban de manera ingeniosa en la estructura del restaurante. El bullicio era constante, una mezcla de voces, el chocar de platos y el clamor de cubiertos.
Caminando con un aire de exhaustividad, Octojin se dejó caer en un asiento cerca de la ventana, desde donde podía ver el reflejo de la luna sobre las ondulantes olas del mar. Pidió al camarero dos grandes platos repletos de la especialidad de la casa y varias jarras de una bebida local que prometía reponer su energía.
Mientras esperaba su comida, Octojin no pudo evitar observar a los demás comensales, particularmente a tres figuras que destacaban entre la multitud por sus peculiares características y auras.
El primero, llevaba una elegancia que se destacaba incluso en un lugar tan refinado como el Baratie. Su cabello azabache desordenado le daba un aire despreocupado, mientras que su piel pálida contrastaba con la robustez atlética de su cuerpo. Octojin notó cómo la mirada de Terence, profunda y llena de un enigma tranquilo, exploraba el entorno, siempre observando pero nunca completamente comprometido con lo que sucedía a su alrededor.
A pocos metros de uno de los humanos, se encontraba otro con una postura relajada y los ojos ligeramente entrecerrados que le daban un aire de zorro astuto, casi como si estuviera tramando un plan o esperando el momento oportuno para actuar. Su cabello marrón rojizo, atado en una cola de caballo, y su perilla cuidadosamente recortada complementaban su aspecto intrigante.
El tercero, era imposible de ignorar. Su naturaleza mink lupina era evidente, con orejas puntiagudas que se asomaban de entre un pelaje cobalto oscuro y ojos que destilaban una inteligencia predadora. A pesar de su apariencia feroz, Lobo parecía disfrutar tranquilamente de su comida, cada tanto lanzando miradas cautelosas alrededor, como si estuviera acostumbrado a estar en guardia.
Cuando la comida de Octojin llegó, se dedicó a devorarla con un entusiasmo que hacía tiempo no sentía. Los sabores eran exquisitos, cada bocado era una celebración de la vida marina que tanto amaba, y la bebida refrescaba su garganta con cada trago, reponiendo sus energías gastadas por el viaje.
A medida que el gyojin comía, se perdía en sus pensamientos, reflexionando sobre su viaje, las corrientes que había enfrentado, y la inesperada compañía que encontraba en aquel restaurante flotante. La vida de un aventurero era solitaria a menudo, pero momentos como este, rodeado de mar y misterios, le recordaban por qué había elegido este camino. Y aunque cada personaje a su alrededor tenía su propia historia, en ese instante, todos compartían el mismo refugio flotante en el vasto y caprichoso mar.
El Baratie se presentaba como un galeón magníficamente adornado, con múltiples velas y banderas ondeando al viento, y una cocina que, según los rumores, podía satisfacer incluso al más hambriento de los piratas. Las ventanas adornadas y el bullicioso sonido de la risa y la charla que flotaba sobre el agua hasta sus oídos solo hacían que su estómago gruñera con más fuerza.
Con movimientos agotados pero decididos, Octojin nadó los últimos metros y subió la escalera de cuerda que colgaba del costado del Baratie. Sus músculos protestaron con cada movimiento, recordándole cada segundo de su ardua travesía a través del océano.
Una vez a bordo, se detuvo un momento para recuperar el aliento y observar su entorno. El interior del Baratie era aún más impresionante que su exterior. Cada detalle del decorado reflejaba el mar: desde las redes que colgaban de las paredes hasta los mástiles que se incorporaban de manera ingeniosa en la estructura del restaurante. El bullicio era constante, una mezcla de voces, el chocar de platos y el clamor de cubiertos.
Caminando con un aire de exhaustividad, Octojin se dejó caer en un asiento cerca de la ventana, desde donde podía ver el reflejo de la luna sobre las ondulantes olas del mar. Pidió al camarero dos grandes platos repletos de la especialidad de la casa y varias jarras de una bebida local que prometía reponer su energía.
Mientras esperaba su comida, Octojin no pudo evitar observar a los demás comensales, particularmente a tres figuras que destacaban entre la multitud por sus peculiares características y auras.
El primero, llevaba una elegancia que se destacaba incluso en un lugar tan refinado como el Baratie. Su cabello azabache desordenado le daba un aire despreocupado, mientras que su piel pálida contrastaba con la robustez atlética de su cuerpo. Octojin notó cómo la mirada de Terence, profunda y llena de un enigma tranquilo, exploraba el entorno, siempre observando pero nunca completamente comprometido con lo que sucedía a su alrededor.
A pocos metros de uno de los humanos, se encontraba otro con una postura relajada y los ojos ligeramente entrecerrados que le daban un aire de zorro astuto, casi como si estuviera tramando un plan o esperando el momento oportuno para actuar. Su cabello marrón rojizo, atado en una cola de caballo, y su perilla cuidadosamente recortada complementaban su aspecto intrigante.
El tercero, era imposible de ignorar. Su naturaleza mink lupina era evidente, con orejas puntiagudas que se asomaban de entre un pelaje cobalto oscuro y ojos que destilaban una inteligencia predadora. A pesar de su apariencia feroz, Lobo parecía disfrutar tranquilamente de su comida, cada tanto lanzando miradas cautelosas alrededor, como si estuviera acostumbrado a estar en guardia.
Cuando la comida de Octojin llegó, se dedicó a devorarla con un entusiasmo que hacía tiempo no sentía. Los sabores eran exquisitos, cada bocado era una celebración de la vida marina que tanto amaba, y la bebida refrescaba su garganta con cada trago, reponiendo sus energías gastadas por el viaje.
A medida que el gyojin comía, se perdía en sus pensamientos, reflexionando sobre su viaje, las corrientes que había enfrentado, y la inesperada compañía que encontraba en aquel restaurante flotante. La vida de un aventurero era solitaria a menudo, pero momentos como este, rodeado de mar y misterios, le recordaban por qué había elegido este camino. Y aunque cada personaje a su alrededor tenía su propia historia, en ese instante, todos compartían el mismo refugio flotante en el vasto y caprichoso mar.