Jun Gunslinger
Nagaredama
23-08-2024, 03:08 AM
Jun esbozó una sonrisa gigante, enseñando con simpatía sus blancos y afilados dientes de tiburón. ¡Hablaba! El pez hablaba y no solo eso, era también una criatura inteligente y con aparente capacidad para negociar.
Aquel curioso anfibio había dejado en claro que no tenía la más mínima intención de colaborar a menos que sacara algún provecho, y en verdad eso no sorprendía a la peliazul en lo absoluto. Después de todo, en una isla repleta de oportunistas y vividores (como ella), no era raro que cualquiera intentara negociar hasta por un simple gesto de buena voluntad. Lo que sí le molestaba era la mirada condescendiente que el cara de rana le dirigía, como si el hecho de estar encadenada y fregando una pared la colocara automáticamente en una posición de inferioridad. Jun jamás aceptaría ser vista como menos que nadie, ni siquiera estando en una situación tan desfavorable. Eso no iba con ella.
La joven soltó el cepillo y lo dejó hundirse en el fondo del tarro, mientras evaluaba rápidamente sus opciones. No tenía tiempo para juegos ni para su propio orgullo. Necesitaba terminar el trabajo lo más rápido posible, buscar a su amiga y largarse de aquel lugar, pero era consciente de que no acabaría pronto si tenía que limpiar todo ella sola. Convencer al pececito de que le echara una mano era necesario, aunque eso implicara ajustar su actitud arisca y rebajar ese tono agresivo con el que tenía la malísima costumbre de dirigirse a todo el mundo. Sin embargo, eso tampoco iba con ella.
—Tienes razón, bichito —admitió, apretando los labios en un gesto que intentaba ser amigable, pero en el que brillaba un toque de sarcasmo—. No vas a ganar nada con ayudarme… excepto mi gratitud —Hizo una pausa deliberada, dejando que sus palabras se asentaran, y entonces continuó:—. Y si crees que eso no vale nada, es porque aún no sabes de lo que soy capaz.
Comenzaba a hacer alarde cuando el tintineo de las cadenas al moverse la devolvió a la realidad. Ciertamente estaba en desventaja, pero no quería mostrarse demasiado ansiosa porque eso solo le daría más poder al cara de rana. Sin embargo, esa actitud suya tan presumida tampoco la favorecería. Fue así que para devolverle un poco de humildad su estómago rugió sonoramente, protestando por las largas horas de ayuno a las que había sido sometido, traicionando a la peliazul y exponiendo su debilidad: estaba muerta de hambre. El apuro por salir de allí no se debía solo a una cuestión de libertad; su cuerpo clamaba por alimento e insistía con llegar pronto a la taberna y ahogarse en comida.
—Pero mira...—dijo, cambiando su tono a uno más casual y suavizando su expresión para persuadirle con una nueva propuesta—. Si me ayudas, a la salida te invito un tazón de ramen. ¿Qué te parece, bichito?
Aquel soborno, aunque pequeño, podría inclinar la balanza a su favor. Pero fue justo entonces que el guardia que custodiaba a la muchacha se acercó para interceder, inoportuno, dándole un ultimátum a la criatura: O colaboraba, o se largaba. Temerosa de perder su única oportunidad, Jun juntó sus manos a modo de súplica y agotó el último recurso.
—Por favor.
Aquel curioso anfibio había dejado en claro que no tenía la más mínima intención de colaborar a menos que sacara algún provecho, y en verdad eso no sorprendía a la peliazul en lo absoluto. Después de todo, en una isla repleta de oportunistas y vividores (como ella), no era raro que cualquiera intentara negociar hasta por un simple gesto de buena voluntad. Lo que sí le molestaba era la mirada condescendiente que el cara de rana le dirigía, como si el hecho de estar encadenada y fregando una pared la colocara automáticamente en una posición de inferioridad. Jun jamás aceptaría ser vista como menos que nadie, ni siquiera estando en una situación tan desfavorable. Eso no iba con ella.
La joven soltó el cepillo y lo dejó hundirse en el fondo del tarro, mientras evaluaba rápidamente sus opciones. No tenía tiempo para juegos ni para su propio orgullo. Necesitaba terminar el trabajo lo más rápido posible, buscar a su amiga y largarse de aquel lugar, pero era consciente de que no acabaría pronto si tenía que limpiar todo ella sola. Convencer al pececito de que le echara una mano era necesario, aunque eso implicara ajustar su actitud arisca y rebajar ese tono agresivo con el que tenía la malísima costumbre de dirigirse a todo el mundo. Sin embargo, eso tampoco iba con ella.
—Tienes razón, bichito —admitió, apretando los labios en un gesto que intentaba ser amigable, pero en el que brillaba un toque de sarcasmo—. No vas a ganar nada con ayudarme… excepto mi gratitud —Hizo una pausa deliberada, dejando que sus palabras se asentaran, y entonces continuó:—. Y si crees que eso no vale nada, es porque aún no sabes de lo que soy capaz.
Comenzaba a hacer alarde cuando el tintineo de las cadenas al moverse la devolvió a la realidad. Ciertamente estaba en desventaja, pero no quería mostrarse demasiado ansiosa porque eso solo le daría más poder al cara de rana. Sin embargo, esa actitud suya tan presumida tampoco la favorecería. Fue así que para devolverle un poco de humildad su estómago rugió sonoramente, protestando por las largas horas de ayuno a las que había sido sometido, traicionando a la peliazul y exponiendo su debilidad: estaba muerta de hambre. El apuro por salir de allí no se debía solo a una cuestión de libertad; su cuerpo clamaba por alimento e insistía con llegar pronto a la taberna y ahogarse en comida.
—Pero mira...—dijo, cambiando su tono a uno más casual y suavizando su expresión para persuadirle con una nueva propuesta—. Si me ayudas, a la salida te invito un tazón de ramen. ¿Qué te parece, bichito?
Aquel soborno, aunque pequeño, podría inclinar la balanza a su favor. Pero fue justo entonces que el guardia que custodiaba a la muchacha se acercó para interceder, inoportuno, dándole un ultimátum a la criatura: O colaboraba, o se largaba. Temerosa de perder su única oportunidad, Jun juntó sus manos a modo de súplica y agotó el último recurso.
—Por favor.