Octojin
El terror blanco
02-09-2024, 01:11 PM
En el Barathie, Octojin se relamía tras haber devorado los últimos bocados de la suculenta comida que le habían servido, dejando entrever sus afilados dientes, de los cuales rebosaba un liquidillo que resultaba ser la mezcla de la sangre, grasa y demás extractos de la carne al ser cortada con sus dientes. Aún saboreando la mezcla de especias y sal marina, su atención fue captada por una figura que se aproximaba a su mesa. No era difícil notar que el recién llegado era un mink lupina; sus orejas puntiagudas y peludas, su hocico alargado con una nariz siempre húmeda, y sus ojos ambarinos de mirada predadora le daban un aire imponente. El pelaje cobalto oscuro del mink resaltaba en el entorno del bar, y aunque su estatura y constitución física no eran extraordinarias para su raza, había algo en su porte que llamaba la atención.
"¿Cuál es tu nombre?" preguntó el mink con un tono amistoso, pero con una curiosidad palpable en su mirada. También se presentó como Lobo Jackson a la par que se inclinaba ligeramente la cabeza en señal de saludo. Un nombre que al gyojin le resultó curioso. Octojin, sorprendido pero complacido por la compañía, respondió con una sonrisa mientras se limpiaba la boca con la servilleta.
—Me llamo Octojin, y es un placer conocerte. Cuéntame, ¿qué haces por aquí?
Mientras conversaban, Octojin solo apartó la mirada del mink para hacer señas al camarero que se acercaba, pidiéndole que trajera más comida, alegando que todo estaba delicioso y le apetecía comer aún más. El humano vio el plato sin comida y se sorprendió, quizá pensaba que el gyojin no se iba a comer todo aquello en un primer momento. Cuando se marchó asintiendo ante las palabras del tiburón, éste miró al mink, indicándole que él también estaba invitado a comer más si así lo deseaba, así como a sentarse si estaba más cómodo. El habitante del mar se acomodó mejor en su asiento, preparándose para conversar si así lo quería el mink y, quizás, disfrutar de su compañía un rato más, percibiendo que la velada podría tornarse más interesante de lo esperado.
Antes de que pudiera darse cuenta, otro camarero, esta vez un hombre bastante más alto y delgado, trajo un par de bandejas de comida. Lo cierto es que los alimentos del Barathie eran un festín para los sentidos. En la primera bandeja, un enorme plato de atún rojo, cortado en gruesos filetes y apenas sellado, adornado con finas rodajas de rábano picante y un toque de salsa de soja cítrica que resaltaba el frescor del pescado. Junto a ello, un cuenco de arroz al vapor, esponjoso y caliente, perfecto para combinar con el pescado. Mientras que en la segunda bandeja, le presentaron una selección de brochetas de mariscos: camarones jugosos, trozos de pulpo tierno y pequeñas vieiras, todos ellos asados a la perfección y marinados en una mezcla de ajo, limón y hierbas que impartirían seguro un sabor vibrante a cada bocado.
Octojin, con un apetito voraz, se sumergió casi sin esperar en la comida con entusiasmo y habilidad. Usó hábilmente sus dientes para cortar el pescado y unos tenedores para el arroz, disfrutando la combinación de texturas y sabores. Con las brochetas, se tomó su tiempo, saboreando el aroma ahumado de los mariscos a la parrilla y permitiendo que los gustos se mezclasen en su paladar. Cada bocado era seguido por un gesto de satisfacción y otro de aprobación, cada sabor era mejor que el anterior, o eso pensaba el escualo, que poco a poco iba llenando su estómago y acabando con su hambre. Mientras tanto, continuaría su conversación con Lobo, disfrutando tanto de la comida como de la compañía todo el rato que pudiese. Ya habría tiempo para volver a disfrutar del mar, sufrir de sus corrientes e intentar encontrar un nuevo destino.
"¿Cuál es tu nombre?" preguntó el mink con un tono amistoso, pero con una curiosidad palpable en su mirada. También se presentó como Lobo Jackson a la par que se inclinaba ligeramente la cabeza en señal de saludo. Un nombre que al gyojin le resultó curioso. Octojin, sorprendido pero complacido por la compañía, respondió con una sonrisa mientras se limpiaba la boca con la servilleta.
—Me llamo Octojin, y es un placer conocerte. Cuéntame, ¿qué haces por aquí?
Mientras conversaban, Octojin solo apartó la mirada del mink para hacer señas al camarero que se acercaba, pidiéndole que trajera más comida, alegando que todo estaba delicioso y le apetecía comer aún más. El humano vio el plato sin comida y se sorprendió, quizá pensaba que el gyojin no se iba a comer todo aquello en un primer momento. Cuando se marchó asintiendo ante las palabras del tiburón, éste miró al mink, indicándole que él también estaba invitado a comer más si así lo deseaba, así como a sentarse si estaba más cómodo. El habitante del mar se acomodó mejor en su asiento, preparándose para conversar si así lo quería el mink y, quizás, disfrutar de su compañía un rato más, percibiendo que la velada podría tornarse más interesante de lo esperado.
Antes de que pudiera darse cuenta, otro camarero, esta vez un hombre bastante más alto y delgado, trajo un par de bandejas de comida. Lo cierto es que los alimentos del Barathie eran un festín para los sentidos. En la primera bandeja, un enorme plato de atún rojo, cortado en gruesos filetes y apenas sellado, adornado con finas rodajas de rábano picante y un toque de salsa de soja cítrica que resaltaba el frescor del pescado. Junto a ello, un cuenco de arroz al vapor, esponjoso y caliente, perfecto para combinar con el pescado. Mientras que en la segunda bandeja, le presentaron una selección de brochetas de mariscos: camarones jugosos, trozos de pulpo tierno y pequeñas vieiras, todos ellos asados a la perfección y marinados en una mezcla de ajo, limón y hierbas que impartirían seguro un sabor vibrante a cada bocado.
Octojin, con un apetito voraz, se sumergió casi sin esperar en la comida con entusiasmo y habilidad. Usó hábilmente sus dientes para cortar el pescado y unos tenedores para el arroz, disfrutando la combinación de texturas y sabores. Con las brochetas, se tomó su tiempo, saboreando el aroma ahumado de los mariscos a la parrilla y permitiendo que los gustos se mezclasen en su paladar. Cada bocado era seguido por un gesto de satisfacción y otro de aprobación, cada sabor era mejor que el anterior, o eso pensaba el escualo, que poco a poco iba llenando su estómago y acabando con su hambre. Mientras tanto, continuaría su conversación con Lobo, disfrutando tanto de la comida como de la compañía todo el rato que pudiese. Ya habría tiempo para volver a disfrutar del mar, sufrir de sus corrientes e intentar encontrar un nuevo destino.