Marvolath aprovechó el momentáneo entumecimiento para inmovilizar la pierna del mendigo, lanzando un golpe ascendente hacia su entrepierna y disculpándose en el proceso, con la mirada baja. El cascanueces no era algo nuevo. De hecho, Dharkel había sido víctima de tan retorcida técnica en el pasado y también había sido el causante de algunos daños. Era un ataque pensado para ser usado en la niñez, pero que en la edad adulta no tenía cabida. Ni si quiera el más vil de los criminales osaría caer tan bajo.
<< ¿Será realmente un niño? >>, pensó mientras el tiempo se ralentizaba ante semejante ofensiva. Recuerdos de toda su vida pasaron delante de sus ojos, de sus amigos, del desierto que tanto añoraba, las ruinas que había visitado y estudiado y las que quedaban aún por descubrir.
El propio filo de Dharkel salió al encuentro de la tonfa, tratando de desviar por poco que fuese la técnica, intentando mitigar los daños. Posicionó rápidamente la katana hacia abajo y a medida que la tonfa iba ascendiendo empujó la katana con ambas manos, la zurda cerrada sobre el mango y la diestra con la palma abierta y situada en el reverso de la espada, trazando un tajo hacia afuera, liberando una de sus manos y recibiendo el golpe en uno de los aductores. El espadachín soltó un leve gruñido de dolor. Sin lugar a dudas aquello dejaría un cardenal que dolería durante semanas.
Sin elevar mucho más la katana, dio un rápido giro de muñeca para cambiar el curso del corte y volviendo a sostener la empuñadura con ambas manos dirigió su ataque hacia la mano que estaba agarrando su hediondo pantalón. O al menos eso es lo que podía parecer ya que realmente la acometida iba destinada a su propia pierna, intentando rasgar los desechos harapos para librarse de su agarre. No le gustaba que le restringiesen su libertad y mucho menos que fuese aquel extraño ser. No tenía intención de hacerse un corte muy profundo y las ropas no eran nada importante. Más tarde tendría tiempo de remendarla. Si sus planes salían bien se libraría del agarre. En caso contrario dañaría al kobito, o al menos estaría cerca de hacerlo. Un agarre, especialmente frontal podía ser un arma de doble filo.
En la distancia, en los metálicos montículos de basura que dibujaban el pintoresco paisaje en Gray Terminal, se empezó a sentar la gente, contemplando el espectáculo mientras los billetes iban cambiando de manos. No podía defraudar a su público. No por una cuestión de orgullo, sino por respeto. Marvolath se iría de aquel lugar y probablemente no volvería al terminar el combate, pero Dharkel vivía allí. Perder el respecto de aquellas gentes supondría tener que volver a empezar en otro sitio, tener que conocer otro vertedero inmundo y a sus pobladores. El esfuerzo que suponía tener que volver a mudarse le daba fuerzas para continuar el combate.
<< ¿Será realmente un niño? >>, pensó mientras el tiempo se ralentizaba ante semejante ofensiva. Recuerdos de toda su vida pasaron delante de sus ojos, de sus amigos, del desierto que tanto añoraba, las ruinas que había visitado y estudiado y las que quedaban aún por descubrir.
El propio filo de Dharkel salió al encuentro de la tonfa, tratando de desviar por poco que fuese la técnica, intentando mitigar los daños. Posicionó rápidamente la katana hacia abajo y a medida que la tonfa iba ascendiendo empujó la katana con ambas manos, la zurda cerrada sobre el mango y la diestra con la palma abierta y situada en el reverso de la espada, trazando un tajo hacia afuera, liberando una de sus manos y recibiendo el golpe en uno de los aductores. El espadachín soltó un leve gruñido de dolor. Sin lugar a dudas aquello dejaría un cardenal que dolería durante semanas.
Sin elevar mucho más la katana, dio un rápido giro de muñeca para cambiar el curso del corte y volviendo a sostener la empuñadura con ambas manos dirigió su ataque hacia la mano que estaba agarrando su hediondo pantalón. O al menos eso es lo que podía parecer ya que realmente la acometida iba destinada a su propia pierna, intentando rasgar los desechos harapos para librarse de su agarre. No le gustaba que le restringiesen su libertad y mucho menos que fuese aquel extraño ser. No tenía intención de hacerse un corte muy profundo y las ropas no eran nada importante. Más tarde tendría tiempo de remendarla. Si sus planes salían bien se libraría del agarre. En caso contrario dañaría al kobito, o al menos estaría cerca de hacerlo. Un agarre, especialmente frontal podía ser un arma de doble filo.
En la distancia, en los metálicos montículos de basura que dibujaban el pintoresco paisaje en Gray Terminal, se empezó a sentar la gente, contemplando el espectáculo mientras los billetes iban cambiando de manos. No podía defraudar a su público. No por una cuestión de orgullo, sino por respeto. Marvolath se iría de aquel lugar y probablemente no volvería al terminar el combate, pero Dharkel vivía allí. Perder el respecto de aquellas gentes supondría tener que volver a empezar en otro sitio, tener que conocer otro vertedero inmundo y a sus pobladores. El esfuerzo que suponía tener que volver a mudarse le daba fuerzas para continuar el combate.