Airgid Vanaidiam
Metalhead
30-07-2024, 02:51 PM
(Última modificación: 16-08-2024, 12:54 PM por Airgid Vanaidiam.)
Día 15 de Verano del año 724
Otro día más. La rutina, eso que siempre había sido su enemigo más mortal, se había convertido en una especie de alivio para la rubia. Quizás no era demasiado emocionante, pero otorgaba tranquilidad, estabilidad, eh... mejor no pensarlo mucho. Sí, era un poco coñazo, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Y Airgid era muchas cosas, pero no una mujer deprimida.
El estruendoso despertador la levantó de la cama a las cinco de la mañana, puntual, como siempre. Tenía una silla de ruedas, pero normalmente trataba de evitar usarla, pues eso acababa agarrotando su pierna buena, así que apoyándose en su bastón. Aunque llamarlo bastón era bastante halagador, parecía más bien una herramienta, como una tubería modificada y doblada, de aspecto bastante rudimentario. Se acercó al frigorífico, tomó una gran botella de cola y empezó a pimplarsela de buena mañana, eso era su café, su dosis de energía. Y tras desayunar, se colocó sobre su banco de pesas y pasó las siguientes dos horas entrenando.
Una ducha, un poco de ropa, y a las ocho de la mañana estaba lista para abrir su puestecito. Todo lo tenía en el mismo sitio, cama, cocina, estudio, solo un pequeño cuartito para el baño. La casa tampoco tenía una puerta normal, sino una corredera metálica, parecida a la de un garaje que daba directamente con la calle. La abrió, metiendo una llavecita por el candado y luego cargando con ella y tirando hacia arriba, contrayéndola en espiral. — Buenos días, Airi. — La saludó su vecino de tienda, un hombre entrado en los cincuenta que llevaba una frutería, estaba empezando a sacar las cajas de manzanas, naranjas y plátanos a la parte exterior. — ¿Qué tal? ¿Cómo está tu niña? — Correspondió a su saludo, era un hombre majísimo que cuando se enteró que Airgid era alérgica al melocotón dejó de ponerlo en la parte de fuera. Era considerado, aunque fuera un gesto sencillo, no todo el mundo lo habría hecho.
Charlaron de forma breve y fugaz mientras ambos terminaban de montar sus puestos. Toda la calle era comercial, llena de diferentes tiendas; panadería, hortalizas, carnicería, pescadería, un puesto de comida rápida, incluso una tienda de sofás. Y los clientes comenzaron a llegar. Airgid se había puesto una mesa de estudio, con un montón de cajas llenas de herramientas, utensilios e inventario, y se sentó sobre su acomodada silla mientras se ponía a trabajar en una nueva creación: un mando a distancia para la puerta metálica. Se colocó sus gafas de aviadora y comenzó con el trasteo de materiales y electrónica, labor que solo se interrumpiría si algún cliente acudiera a pedir algo. Su idea era que le pidieran inventos, creaciones, algo emocionante. Pero normalmente solo acudían a ella cuando se les rompía la lámpara de la mesita de noche o cuando necesitaban un destornillador nuevo. Nada demasiado... desafiante, la verdad. Aunque Airgid no perdía la motivación ni el optimismo. Quizás, solo quizás, el día fuera un poco diferente.
Otro día más. La rutina, eso que siempre había sido su enemigo más mortal, se había convertido en una especie de alivio para la rubia. Quizás no era demasiado emocionante, pero otorgaba tranquilidad, estabilidad, eh... mejor no pensarlo mucho. Sí, era un poco coñazo, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Y Airgid era muchas cosas, pero no una mujer deprimida.
El estruendoso despertador la levantó de la cama a las cinco de la mañana, puntual, como siempre. Tenía una silla de ruedas, pero normalmente trataba de evitar usarla, pues eso acababa agarrotando su pierna buena, así que apoyándose en su bastón. Aunque llamarlo bastón era bastante halagador, parecía más bien una herramienta, como una tubería modificada y doblada, de aspecto bastante rudimentario. Se acercó al frigorífico, tomó una gran botella de cola y empezó a pimplarsela de buena mañana, eso era su café, su dosis de energía. Y tras desayunar, se colocó sobre su banco de pesas y pasó las siguientes dos horas entrenando.
Una ducha, un poco de ropa, y a las ocho de la mañana estaba lista para abrir su puestecito. Todo lo tenía en el mismo sitio, cama, cocina, estudio, solo un pequeño cuartito para el baño. La casa tampoco tenía una puerta normal, sino una corredera metálica, parecida a la de un garaje que daba directamente con la calle. La abrió, metiendo una llavecita por el candado y luego cargando con ella y tirando hacia arriba, contrayéndola en espiral. — Buenos días, Airi. — La saludó su vecino de tienda, un hombre entrado en los cincuenta que llevaba una frutería, estaba empezando a sacar las cajas de manzanas, naranjas y plátanos a la parte exterior. — ¿Qué tal? ¿Cómo está tu niña? — Correspondió a su saludo, era un hombre majísimo que cuando se enteró que Airgid era alérgica al melocotón dejó de ponerlo en la parte de fuera. Era considerado, aunque fuera un gesto sencillo, no todo el mundo lo habría hecho.
Charlaron de forma breve y fugaz mientras ambos terminaban de montar sus puestos. Toda la calle era comercial, llena de diferentes tiendas; panadería, hortalizas, carnicería, pescadería, un puesto de comida rápida, incluso una tienda de sofás. Y los clientes comenzaron a llegar. Airgid se había puesto una mesa de estudio, con un montón de cajas llenas de herramientas, utensilios e inventario, y se sentó sobre su acomodada silla mientras se ponía a trabajar en una nueva creación: un mando a distancia para la puerta metálica. Se colocó sus gafas de aviadora y comenzó con el trasteo de materiales y electrónica, labor que solo se interrumpiría si algún cliente acudiera a pedir algo. Su idea era que le pidieran inventos, creaciones, algo emocionante. Pero normalmente solo acudían a ella cuando se les rompía la lámpara de la mesita de noche o cuando necesitaban un destornillador nuevo. Nada demasiado... desafiante, la verdad. Aunque Airgid no perdía la motivación ni el optimismo. Quizás, solo quizás, el día fuera un poco diferente.