Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
30-07-2024, 07:47 PM
(Última modificación: 08-10-2024, 11:08 AM por Ragnheidr Grosdttir.)
La mujer se puso manos a la obra con una velocidad asombrosa, sus movimientos precisos y seguros, como si cada uno de ellos hubiese sido practicado cientos de veces. A pesar de la gravedad de la herida, no había rastro de duda en sus ojos, solo una concentración férrea. Hammond, cuya vista comenzaba a fallar por la fiebre que le subía como un fuego invisible, apenas podía distinguir los contornos de su alrededor. Su mundo se hacía cada vez más pequeño, reducido al dolor punzante en su costado y a la figura de la mujer que trabajaba sin descanso. Sus manos, pequeñas en comparación con las de él, pero firmes y competentes, apartaron la suya con un gesto decidido. Necesitaba espacio para lidiar con el agujero de bala que, afortunadamente, había atravesado su cuerpo sin dejar fragmentos. Sin embargo, el dolor era desgarrador, una tormenta silente que lo iba consumiendo desde dentro, pero él no emitía ni un gemido. La mujer continuaba explorando la herida, sus dedos moviéndose con agilidad, buscando el lugar exacto para aplicar presión y detener la hemorragia. Entonces, Hammond se estremeció cuando ella tocó el borde de la carne desgarrada. Instintivamente, levantó su enorme mano y la colocó sobre la de ella, interrumpiendo su labor. Aún en medio del dolor, sus ojos se encontraron. — Esperrra... Mujerrr... —Murmuró, su voz grave y rota por el esfuerzo. Con una lentitud deliberada, Hammond se incorporó, sus movimientos pesados como si arrastrara el peso de mil batallas sobre sus hombros. Lentamente, se quitó la parte superior de su vestimenta, revelando un torso poderoso, esculpido como mármol, con cicatrices que hablaban de una vida de violencia y supervivencia. Su piel blanca, marcada por heridas antiguas y recientes, resaltaba en contraste con las manchas de sangre que se acumulaban a su alrededor.
Al desprenderse de su armadura, esta cayó al suelo con un golpe seco, el eco resonando en el espacio reducido. El hombre que lo acompañaba se estremeció, su mirada fija en Hammond, como si estuviera frente a una bestia imponente e indomable. Durante un momento, nadie se atrevió a moverse. La presencia de Hammond llenaba cada rincón del lugar, su sombra parecía expandirse, envolviendo a los presentes en una amenaza silenciosa. Los ojos de Hammond, duros como el acero, se posaron sobre el hombre, intimidándolo sin necesidad de palabras. Después, giró la cabeza hacia Airgid, la mujer que, hasta ahora, había trabajado sin descanso para salvarlo. Su mirada se suavizó apenas un instante cuando bajó la cabeza para encontrarse con sus ojos, como un depredador herido que, por alguna razón inexplicable, permitía que un extraño se acercara Hammond pareció detenerse a mitad de un pensamiento. Algo en la expresión de Airgid, tal vez su calma inquebrantable o la firmeza con la que lo observaba, lo hizo replantearse su actitud. Poco a poco, su cuerpo comenzó a relajarse y, con la misma fuerza de antes, se dejó caer al suelo, esta vez, de forma más controlada, procurando no asustarla. Al ver su disposición, la mujer pareció comprender que era el momento de continuar. Hammond, por su parte, se acomodó hasta quedar a la altura necesaria para que ella pudiese reanudar su trabajo. —Así mejorrr... —Comentó, permitiéndose, quizá por primera vez, depender de alguien más.
La escena era casi surrealista. Aquel gigante, cuya fuerza física parecía capaz de derribar paredes y cuya sola presencia resultaba intimidante, había decidido confiar en ella, aunque solo fuera por ese momento. Hammond no era de los que aceptaban ayuda fácilmente; en Elbaf, su tierra, un hombre se forjaba a sí mismo y no pedía nada a nadie. Sin embargo, en sus viajes, había aprendido que la soledad absoluta solo conducía a la muerte y que, en ocasiones, la ayuda de otros podía ser una salvación. Depositó su cuerpo cerca de Airgid, acercándose con una delicadeza que parecía imposible para alguien de su tamaño y naturaleza. La miraba de reojo, observando cómo sus manos revisaban la herida, buscando signos de complicaciones. La piel de su costado seguía sangrando, aunque menos que antes, y su respiración comenzaba a regularizarse. De repente, Hammond habló, y su voz cargaba una nota de vulnerabilidad inusual, casi imperceptible. —No. —Dijo, sin terminar la frase, dejando que el silencio llenara el espacio entre ambos. Aquella simple palabra, cargada de un trasfondo ambiguo, reflejaba las cicatrices internas que eran mucho más profundas que las visibles en su piel. No quería hablar de su pasado, de cómo había llegado a estar herido en ese lugar, ni de las razones que lo mantenían en constante movimiento. Sabía que, a pesar de su apertura momentánea, sus secretos eran suyos y de nadie más. Airgid pareció captar la reticencia en su tono, pero no lo presionó. Simplemente siguió trabajando, permitiendo que la calma se instalara entre ambos, creando un espacio seguro en medio de la incertidumbre. Hammond cerró los ojos un instante, dejando que el ritmo de sus respiraciones se acompasara con el de ella. Por un momento, en aquella frágil intimidad, se sintió como si no estuviera tan solo, como si los muros que siempre había levantado a su alrededor pudieran ser menos impenetrables de lo que creía. Sin decir más, dejó que la mujer continuara con su labor, confiando, por primera vez en mucho tiempo, en alguien que no fuera él mismo.
Al desprenderse de su armadura, esta cayó al suelo con un golpe seco, el eco resonando en el espacio reducido. El hombre que lo acompañaba se estremeció, su mirada fija en Hammond, como si estuviera frente a una bestia imponente e indomable. Durante un momento, nadie se atrevió a moverse. La presencia de Hammond llenaba cada rincón del lugar, su sombra parecía expandirse, envolviendo a los presentes en una amenaza silenciosa. Los ojos de Hammond, duros como el acero, se posaron sobre el hombre, intimidándolo sin necesidad de palabras. Después, giró la cabeza hacia Airgid, la mujer que, hasta ahora, había trabajado sin descanso para salvarlo. Su mirada se suavizó apenas un instante cuando bajó la cabeza para encontrarse con sus ojos, como un depredador herido que, por alguna razón inexplicable, permitía que un extraño se acercara Hammond pareció detenerse a mitad de un pensamiento. Algo en la expresión de Airgid, tal vez su calma inquebrantable o la firmeza con la que lo observaba, lo hizo replantearse su actitud. Poco a poco, su cuerpo comenzó a relajarse y, con la misma fuerza de antes, se dejó caer al suelo, esta vez, de forma más controlada, procurando no asustarla. Al ver su disposición, la mujer pareció comprender que era el momento de continuar. Hammond, por su parte, se acomodó hasta quedar a la altura necesaria para que ella pudiese reanudar su trabajo. —Así mejorrr... —Comentó, permitiéndose, quizá por primera vez, depender de alguien más.
La escena era casi surrealista. Aquel gigante, cuya fuerza física parecía capaz de derribar paredes y cuya sola presencia resultaba intimidante, había decidido confiar en ella, aunque solo fuera por ese momento. Hammond no era de los que aceptaban ayuda fácilmente; en Elbaf, su tierra, un hombre se forjaba a sí mismo y no pedía nada a nadie. Sin embargo, en sus viajes, había aprendido que la soledad absoluta solo conducía a la muerte y que, en ocasiones, la ayuda de otros podía ser una salvación. Depositó su cuerpo cerca de Airgid, acercándose con una delicadeza que parecía imposible para alguien de su tamaño y naturaleza. La miraba de reojo, observando cómo sus manos revisaban la herida, buscando signos de complicaciones. La piel de su costado seguía sangrando, aunque menos que antes, y su respiración comenzaba a regularizarse. De repente, Hammond habló, y su voz cargaba una nota de vulnerabilidad inusual, casi imperceptible. —No. —Dijo, sin terminar la frase, dejando que el silencio llenara el espacio entre ambos. Aquella simple palabra, cargada de un trasfondo ambiguo, reflejaba las cicatrices internas que eran mucho más profundas que las visibles en su piel. No quería hablar de su pasado, de cómo había llegado a estar herido en ese lugar, ni de las razones que lo mantenían en constante movimiento. Sabía que, a pesar de su apertura momentánea, sus secretos eran suyos y de nadie más. Airgid pareció captar la reticencia en su tono, pero no lo presionó. Simplemente siguió trabajando, permitiendo que la calma se instalara entre ambos, creando un espacio seguro en medio de la incertidumbre. Hammond cerró los ojos un instante, dejando que el ritmo de sus respiraciones se acompasara con el de ella. Por un momento, en aquella frágil intimidad, se sintió como si no estuviera tan solo, como si los muros que siempre había levantado a su alrededor pudieran ser menos impenetrables de lo que creía. Sin decir más, dejó que la mujer continuara con su labor, confiando, por primera vez en mucho tiempo, en alguien que no fuera él mismo.
- Rasgos positivos a tener en cuenta;
-Intimidante:Tienes un porte intimidante, lo que puede favorecer algunas situaciones.
-Belleza: Tu personaje es físicamente atractivo, lo que puede crear situaciones favorables para ti.
- Rasgos negativos a tener en cuenta:
-Adicción: Tienes auténtica adicción a levantar peso (halterofilia) que causa un síndrome de abstinencia grave. Cada 5 post (Faltan 3), debes satisfacer el objeto de tu vicio, o obtendrás un -10 acumulativo a tu Voluntad hasta hacerlo. [Cada 2 post desde tu primer debuff, obtendrás un -10 adicional] Incompatible con Vicio.