Airgid Vanaidiam
Metalhead
31-07-2024, 02:06 PM
Se llamaba Hammond Venture. Se parecía a... "aventura". ¿Era eso quizás una señal? El hombre la tomó de la mano y ella no opuso resistencia, curiosa ante su curiosidad. Y recibió un halago que no había escuchado nunca, que tenía las manos bonitas. Le sorprendió, no se lo esperaba, normalmente siempre estaban hechas una mierda, con las uñas cortas y desiguales, cicatrices y callos. Intentaba echarse cremita de vez en cuando, pero la verdad es que trabajaba prácticamente todo el día con ellas, entrenando, manipulando metales y cables. No eran las manos de una señorita. Y aún así le gustaban. Era cierto que él tampoco parecía ser un hombre que se decantase por las damas, delicadas y con vestidos de seda.
No supo qué contestar, aquella rubia bocazas se había quedado sin palabras. Al menos hasta que les dio las gracias a las dos mujeres que se habían acercado a ayudar. — ¡Nada, nada! No es nada. — ¿Qué acento era aquel? La aparición de ese gigante en su tienda/casa había sido lo más interesante que le había pasado en todo el mes, en toda la estación, quizás en todo el año. Se le ocurrían montones de preguntas que hacerle, pero tampoco le quería agobiar, encima la joven médica acababa de decir que tenía fiebre. — ¿Fiebre? — Silbó, acentuando la gravedad del asunto. — Te han jodio bien, espero que al menos se lo devolvieras. — Bromeó y le guiñó un ojo con complicidad. Menos mal que había aparecido la mujer morena, porque a ella todo ese tema se le escapó de entre los dedos hace rato.
Entonces Hammond, ante su pregunta, tomó la vía más corta y rápida. No le respondería directamente cuánto peso levantaba, sino que directamente se puso de pie y alzó toda la mesa de Airgid con una sola mano. La mesa era tosca, de metal, y estaba llena de cosas encima, cajas pesadas y todo tipo de cachivaches. Que pudiera alzarla con esa facilidad, con un brazo y sobre todo, con fiebre, fue respuesta suficiente para la rubia, que soltó una gran carcajada sin preocuparse en absoluto por las cosas que cayeron al suelo. La médica rápidamente le echó la bronca, pero ella se divertía con ese tipo de demostraciones. — Mierda, con tu ayuda montaría la tienda en un segundo. — Se echó otra risa. Aunque ahora le había entrado el gusanillo de saber si ella sería capaz de levantarla así también, como él había hecho. Nunca lo había intentado. Le dolían las mejillas de sonreír, y Hammond le tocó el antebrazo, tumbándose de nuevo. ¿Guerrera? Su sonrisa se relajó, volviéndose más... neutra.
La médica le tendió un tarrito con hierbas y le pidió que lo hirviese, así que lo tomó, se puso en pie, usando el otro brazo para agarrarse a su metálico bastón. Llevaba unos pantalones largos, y en la pierna que le faltaba hizo un nudo con la tela, recogiéndolo sobre el muñón, para que no entorpeciera sus movimientos. Por si quedaba alguna duda, ahora se hizo más que evidente esa condición física que soportaba. A pesar de su dificultad, era ágil, tenía el truco pillado y rápidamente tomó una pequeño fuego portátil de una de las cajas, era rudimentario, se lo había hecho ella misma. — No soy una guerrera, al menos ya no. — Su tono de voz era más tranquilo, ¿triste?, no, no tanto, pero sí algo nostálgico. Tomó un cazo, echó agua y puso las hierbas a calentarse en el fuego. — Pero me encanta entrenar, es divertido, es un reto. — Se mantuvo de pie, apoyándose un poco en el bastón. Era cansado, pero tenía que forzarse a caminar, a moverse, no soportaba sentirse apalancada.
Al menos, Asradi dijo que no hacía falta coser. Y empezó a ponerle un mejunje extraño que dijo estar hecho a base de algas. Airgid se inclinó un poco para poder ver cómo lo hacía. — Menos mal que has aparecio, Asradi. ¿Vives por aquí? — Sonrió, observándola actuar, mientras esperaba a que el agua comenzase a hervir. — No sabía que las algas podían ser tan útiles. — Lo dijo como en un susurro, hablando para ella misma con algo de fascinación en la voz. Siempre se aprendía algo nuevo. La mezcla al fin se calentó, solo le hacía falta algo en la que echarla. Tenía que entrar en su casa para eso. Se acercó a la puerta metálica de garaje y la levantó con una mano, desde el suelo hasta por encima de su cabeza, pesaba, pero estaba acostumbradísima ya. De un par de brincos estaba ya en su cocina, enana pero con una taza limpia y preparada, que era lo que necesitaba. La tomó y volvió con la misma facilidad, coló el agua caliente sobre la taza, asegurándose que no quedasen trozos de planta. Como hacer un té, básicamente. Una vez preparado, se lo tendió a su amigo gigante, sin sentarse. — Está calentito, ten cuidao. — Desde luego, Hammond estaba a cuerpo de rey, cuidado por aquellas dos bellezas.
No supo qué contestar, aquella rubia bocazas se había quedado sin palabras. Al menos hasta que les dio las gracias a las dos mujeres que se habían acercado a ayudar. — ¡Nada, nada! No es nada. — ¿Qué acento era aquel? La aparición de ese gigante en su tienda/casa había sido lo más interesante que le había pasado en todo el mes, en toda la estación, quizás en todo el año. Se le ocurrían montones de preguntas que hacerle, pero tampoco le quería agobiar, encima la joven médica acababa de decir que tenía fiebre. — ¿Fiebre? — Silbó, acentuando la gravedad del asunto. — Te han jodio bien, espero que al menos se lo devolvieras. — Bromeó y le guiñó un ojo con complicidad. Menos mal que había aparecido la mujer morena, porque a ella todo ese tema se le escapó de entre los dedos hace rato.
Entonces Hammond, ante su pregunta, tomó la vía más corta y rápida. No le respondería directamente cuánto peso levantaba, sino que directamente se puso de pie y alzó toda la mesa de Airgid con una sola mano. La mesa era tosca, de metal, y estaba llena de cosas encima, cajas pesadas y todo tipo de cachivaches. Que pudiera alzarla con esa facilidad, con un brazo y sobre todo, con fiebre, fue respuesta suficiente para la rubia, que soltó una gran carcajada sin preocuparse en absoluto por las cosas que cayeron al suelo. La médica rápidamente le echó la bronca, pero ella se divertía con ese tipo de demostraciones. — Mierda, con tu ayuda montaría la tienda en un segundo. — Se echó otra risa. Aunque ahora le había entrado el gusanillo de saber si ella sería capaz de levantarla así también, como él había hecho. Nunca lo había intentado. Le dolían las mejillas de sonreír, y Hammond le tocó el antebrazo, tumbándose de nuevo. ¿Guerrera? Su sonrisa se relajó, volviéndose más... neutra.
La médica le tendió un tarrito con hierbas y le pidió que lo hirviese, así que lo tomó, se puso en pie, usando el otro brazo para agarrarse a su metálico bastón. Llevaba unos pantalones largos, y en la pierna que le faltaba hizo un nudo con la tela, recogiéndolo sobre el muñón, para que no entorpeciera sus movimientos. Por si quedaba alguna duda, ahora se hizo más que evidente esa condición física que soportaba. A pesar de su dificultad, era ágil, tenía el truco pillado y rápidamente tomó una pequeño fuego portátil de una de las cajas, era rudimentario, se lo había hecho ella misma. — No soy una guerrera, al menos ya no. — Su tono de voz era más tranquilo, ¿triste?, no, no tanto, pero sí algo nostálgico. Tomó un cazo, echó agua y puso las hierbas a calentarse en el fuego. — Pero me encanta entrenar, es divertido, es un reto. — Se mantuvo de pie, apoyándose un poco en el bastón. Era cansado, pero tenía que forzarse a caminar, a moverse, no soportaba sentirse apalancada.
Al menos, Asradi dijo que no hacía falta coser. Y empezó a ponerle un mejunje extraño que dijo estar hecho a base de algas. Airgid se inclinó un poco para poder ver cómo lo hacía. — Menos mal que has aparecio, Asradi. ¿Vives por aquí? — Sonrió, observándola actuar, mientras esperaba a que el agua comenzase a hervir. — No sabía que las algas podían ser tan útiles. — Lo dijo como en un susurro, hablando para ella misma con algo de fascinación en la voz. Siempre se aprendía algo nuevo. La mezcla al fin se calentó, solo le hacía falta algo en la que echarla. Tenía que entrar en su casa para eso. Se acercó a la puerta metálica de garaje y la levantó con una mano, desde el suelo hasta por encima de su cabeza, pesaba, pero estaba acostumbradísima ya. De un par de brincos estaba ya en su cocina, enana pero con una taza limpia y preparada, que era lo que necesitaba. La tomó y volvió con la misma facilidad, coló el agua caliente sobre la taza, asegurándose que no quedasen trozos de planta. Como hacer un té, básicamente. Una vez preparado, se lo tendió a su amigo gigante, sin sentarse. — Está calentito, ten cuidao. — Desde luego, Hammond estaba a cuerpo de rey, cuidado por aquellas dos bellezas.