Jun Gunslinger
Nagaredama
20-10-2024, 12:30 AM
—Aquí es —murmuró la joven peliazul, de pie frente al escaparate de una flamante tienda que tenía a casi todo Rostock hablando al respecto—. Fishbones pow-pow... chompe-no-sé-que... —Era un nombre largo y peculiar, pero Jun no necesitaba recordarlo completo. Ya estaba ahí.
El sitio era llamativo, para nada pasaba desapercibido a la vista de los transeúntes. Bien ubicado en una calle concurrida, cercana al puerto, estaba adornado con carteles luminosos y decoraciones que invitaban a los curiosos a pasar. Jun llevaba algunos días escuchado los rumores que giraban en torno a aquella tienda, y había hecho las averiguaciones correspondientes.
Ella sabía que tipo de lugares frecuentar si quería enterarse de algún chisme jugoso, y era habitual que por su naturaleza curiosa se paseara por ciertos comercios y tabernas de mala muerte donde, además de las voces, también corría el peligro. Fue justo en uno de esos sitios roñosos con olor a tabaco y ginebra donde oyó los rumores de que en aquella tienda flameaba algo oscuro, además de la bandera negra que ondeaba en la entrada; Que su dueño era un ex pirata, que las armas que allí vendían tenían la potencia para destruir un barco de un solo disparo. Que la tienda servía para abastecer a mercenarios, piratas, contrabandistas, y que había negocios sucios detrás de su fachada. Llegó a escuchar, también, que pronto se haría una transacción importante y que el dueño (o mejor dicho dueña) de la tienda buscaba personal para llevar con éxito la operación y el negocio.
Jun encontró en aquellos rumores una interesante oportunidad. Bueno, en realidad ante ella se desplegaba un amplio abanico de opciones a disponibilidad. Le bastaría con conversar con algunos marineros, taberneros, malvivientes y borrachos para inclinarse por la idea más conveniente.
Habiendo tomado ya una decisión, se presentó aquel día en el lugar, vistiendo sus mejores pintas. Entre sus ropas y los bolsillos de su pantalón holgado llevaba bien guardadas sus pertenencias. El cabello, como siempre, caía a sus espaldas en dos largas trenzas amarradas con adornos coloridos.
Un fuerte empujón bastaría para abrir la puerta de par en par y hacer sonar la campanilla de la tienda, llamando la atención de cualquiera que estuviese ahí dentro. Jun adelantó un pie, luego el otro, y la puerta se cerró a sus espaldas. Avanzó segura y tranquila, mientras saboreaba una piruleta, inspeccionando el sitio con las curiosas amatistas que ocultaba detrás de unas gafas de cristales espejados.
Con esa apariencia de adolescente desfachatada, se apoyó sobre el mostrador y sacó el dulce de su boca.
—Buenas. Vengo por el trabajo —dijo, sin más especificaciones.
El sitio era llamativo, para nada pasaba desapercibido a la vista de los transeúntes. Bien ubicado en una calle concurrida, cercana al puerto, estaba adornado con carteles luminosos y decoraciones que invitaban a los curiosos a pasar. Jun llevaba algunos días escuchado los rumores que giraban en torno a aquella tienda, y había hecho las averiguaciones correspondientes.
Ella sabía que tipo de lugares frecuentar si quería enterarse de algún chisme jugoso, y era habitual que por su naturaleza curiosa se paseara por ciertos comercios y tabernas de mala muerte donde, además de las voces, también corría el peligro. Fue justo en uno de esos sitios roñosos con olor a tabaco y ginebra donde oyó los rumores de que en aquella tienda flameaba algo oscuro, además de la bandera negra que ondeaba en la entrada; Que su dueño era un ex pirata, que las armas que allí vendían tenían la potencia para destruir un barco de un solo disparo. Que la tienda servía para abastecer a mercenarios, piratas, contrabandistas, y que había negocios sucios detrás de su fachada. Llegó a escuchar, también, que pronto se haría una transacción importante y que el dueño (o mejor dicho dueña) de la tienda buscaba personal para llevar con éxito la operación y el negocio.
Jun encontró en aquellos rumores una interesante oportunidad. Bueno, en realidad ante ella se desplegaba un amplio abanico de opciones a disponibilidad. Le bastaría con conversar con algunos marineros, taberneros, malvivientes y borrachos para inclinarse por la idea más conveniente.
Habiendo tomado ya una decisión, se presentó aquel día en el lugar, vistiendo sus mejores pintas. Entre sus ropas y los bolsillos de su pantalón holgado llevaba bien guardadas sus pertenencias. El cabello, como siempre, caía a sus espaldas en dos largas trenzas amarradas con adornos coloridos.
Un fuerte empujón bastaría para abrir la puerta de par en par y hacer sonar la campanilla de la tienda, llamando la atención de cualquiera que estuviese ahí dentro. Jun adelantó un pie, luego el otro, y la puerta se cerró a sus espaldas. Avanzó segura y tranquila, mientras saboreaba una piruleta, inspeccionando el sitio con las curiosas amatistas que ocultaba detrás de unas gafas de cristales espejados.
Con esa apariencia de adolescente desfachatada, se apoyó sobre el mostrador y sacó el dulce de su boca.
—Buenas. Vengo por el trabajo —dijo, sin más especificaciones.