Asradi
Völva
01-08-2024, 12:03 PM
Cuando la otra chica fue a hervir el agua para la infusión, fue cuando Asradi se percató de la carencia física de la mujer. Pero parecía que se movía con soltura, así que no le dijo nada. Ni tampoco la compadeció. Era lo peor que podía hacer y no quería dañar el orgullo de nadie. A no ser que le tocasen las narices, claro.
Le dió un par de palmaditas suaves en el hombro al grandullón, una vez terminó de untar el mejunje, se hizo con los trozos de lino e improvisó una venda con ellos. Mantendría la herida cubierta y haría que el ungüento no se desparramase por ahí.
— De lejos. De los mares del norte. — No mentía, pero tampoco iba a dar toda la información exacta. — Llegué hace poco aquí. — Hacía un par de horas escasas, en realidad.
Si decía que había nacido en la isla Gyojin y luego su familia se había trasladado a los fríos mares norteños, como era habitual entre los suyos, descubrirían lo que en verdad era ella. Y no sería agradable si, por algún casual, había esclavistas o cualquier pirata con ganas de conseguir dinero fácil y rápido, en la zona. Así que, por ahora, mantuvo escondidos el resto de los datos.
— No todas las algas son medicinales pero sí la mayoría. Siempre he trabajado con remedios naturales y son efectivos. — Explicó.
De mientras, el frutero había vuelto con la palangana, y la más bajita comenzó a aplicar las compresas frescas en la frente y en las axilas. Eso, más el té, ayudaría a que la temperatura comenzase a bajar.
Pero, al final, el grandullón se terminó quedando dormido, inconsciente. Asradi suspiró levemente. El dormir también le ayudaría a que la fiebre bajase, pero...
— ¿Es amigo tuyo? — Le preguntó a la mujer. No había escuchado los nombres de ambos, ya que había llegado justo después de eso. — No sé que tan buena idea sea tenerlo aquí tirado. Pero claro...
Los ojos de la pelinegra viajaron por todo el corpachón, sin cortarse ni un pelo. ¿Cuánto medía ese tipo? ¿Cuatro, cinco metros?
— No sé si vamos a ser capaces de moverlo. — Exhaló un suspiro suave. Luego, señaló la infusión. — Aunque esté durmiendo, puedes ir dándole sorbitos, le ayudará.
Al final esbozó una suave sonrisa hacia la fémina.
— Me quedaré hasta que despierte, al menos. — Era incapaz de dejar a un convaleciente tirado.
Le dió un par de palmaditas suaves en el hombro al grandullón, una vez terminó de untar el mejunje, se hizo con los trozos de lino e improvisó una venda con ellos. Mantendría la herida cubierta y haría que el ungüento no se desparramase por ahí.
— De lejos. De los mares del norte. — No mentía, pero tampoco iba a dar toda la información exacta. — Llegué hace poco aquí. — Hacía un par de horas escasas, en realidad.
Si decía que había nacido en la isla Gyojin y luego su familia se había trasladado a los fríos mares norteños, como era habitual entre los suyos, descubrirían lo que en verdad era ella. Y no sería agradable si, por algún casual, había esclavistas o cualquier pirata con ganas de conseguir dinero fácil y rápido, en la zona. Así que, por ahora, mantuvo escondidos el resto de los datos.
— No todas las algas son medicinales pero sí la mayoría. Siempre he trabajado con remedios naturales y son efectivos. — Explicó.
De mientras, el frutero había vuelto con la palangana, y la más bajita comenzó a aplicar las compresas frescas en la frente y en las axilas. Eso, más el té, ayudaría a que la temperatura comenzase a bajar.
Pero, al final, el grandullón se terminó quedando dormido, inconsciente. Asradi suspiró levemente. El dormir también le ayudaría a que la fiebre bajase, pero...
— ¿Es amigo tuyo? — Le preguntó a la mujer. No había escuchado los nombres de ambos, ya que había llegado justo después de eso. — No sé que tan buena idea sea tenerlo aquí tirado. Pero claro...
Los ojos de la pelinegra viajaron por todo el corpachón, sin cortarse ni un pelo. ¿Cuánto medía ese tipo? ¿Cuatro, cinco metros?
— No sé si vamos a ser capaces de moverlo. — Exhaló un suspiro suave. Luego, señaló la infusión. — Aunque esté durmiendo, puedes ir dándole sorbitos, le ayudará.
Al final esbozó una suave sonrisa hacia la fémina.
— Me quedaré hasta que despierte, al menos. — Era incapaz de dejar a un convaleciente tirado.