Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
21-10-2024, 11:32 PM
(Última modificación: 23-10-2024, 08:08 PM por Ragnheidr Grosdttir.)
Día 12 de Primavera del año 724.
Ragn, el vikingo colosal, se alzaba imponente en medio de la plaza central de Kilombo. Con cinco metros de altura y un cuerpo esculpido como una deidad nórdica, su mera presencia parecía dominar el paisaje urbano. La gente lo rodeaba, maravillada, mientras él permanecía inmóvil, un monumento viviente de músculos tensos y piel dorada por el sol. Su cabello rubio, largo y trenzado, brillaba bajo los rayos del sol que caían sobre la ciudad. Los pectorales, firmes y sobresalientes, subían y bajaban lentamente con cada respiración, como montañas que se erguían con calma en el horizonte. Las venas de sus brazos, gruesas como cuerdas, destacaban con cada leve contracción de sus bíceps. La pose que adoptaba era digna de un guerrero, pero también de un espectáculo que exigía admiración. Iba corto de ropa ... ¡Y qué más daba! estaba orgullosisimo de ganarse la vida con su cuerpo, sin llegar a venderlo como tal. Los transeúntes se detenían boquiabiertos, sacando monedas de sus bolsillos casi por inercia, atraídos por aquella mezcla de fuerza bruta y serenidad impenetrable. Ragn no necesitaba moverse, cada fibra de su ser parecía hablar por él, contando historias de batallas pasadas y proezas imposibles. Los niños lo observaban con los ojos muy abiertos, imaginando que aquel gigante podía derribar montañas con solo un puñetazo. Los adultos, más incrédulos, se quedaban mirando sus tatuajes de runas, como si pudieran leer en ellos antiguos secretos de poder.
Con cada gesto casi imperceptible, la multitud se agitaba. Un simple giro de su cabeza o un leve ajuste de su postura hacía que los curiosos soltasen más monedas en su dirección. Las miradas de fascinación y asombro lo seguían de un lado a otro, mientras los ruidos de la ciudad se atenuaban alrededor de él, como si incluso el bullicio cotidiano quedara embelesado ante su figura. Ragn sabía que su cuerpo era su arma aquí, lejos de su tierra natal. Ya no empuñaba un arma, ni navegaba en drakkars, pero cada músculo que tensaba era una promesa de poder contenido. Era un espectáculo viviente en una ciudad donde nadie había visto jamás algo semejante, y su sola presencia era suficiente para que las monedas llovieran a sus pies. Sin decir una palabra, Ragn se mantenía en pie, dejando que el espectáculo fuera su propio cuerpo. — ¡Serrr buen presssio verrr a titán! — Gritaba, formando poses de culturismo. El sol seguía su curso en el cielo, las sombras cambiaban de ángulo, pero él seguía allí, inmutable, como una estatua que se alimentaba de la atención del público. Y al final del día, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios, recogía las monedas con sus gigantescas manos, sabiendo que había conquistado Kilombo de una forma que nunca imaginó.
Se sentía poderoso cuando admiraban su físico. ¿Por qué no disfrutar del aprecio de los minúsculos humanos? ¡Por qué no!
Ragn, el vikingo colosal, se alzaba imponente en medio de la plaza central de Kilombo. Con cinco metros de altura y un cuerpo esculpido como una deidad nórdica, su mera presencia parecía dominar el paisaje urbano. La gente lo rodeaba, maravillada, mientras él permanecía inmóvil, un monumento viviente de músculos tensos y piel dorada por el sol. Su cabello rubio, largo y trenzado, brillaba bajo los rayos del sol que caían sobre la ciudad. Los pectorales, firmes y sobresalientes, subían y bajaban lentamente con cada respiración, como montañas que se erguían con calma en el horizonte. Las venas de sus brazos, gruesas como cuerdas, destacaban con cada leve contracción de sus bíceps. La pose que adoptaba era digna de un guerrero, pero también de un espectáculo que exigía admiración. Iba corto de ropa ... ¡Y qué más daba! estaba orgullosisimo de ganarse la vida con su cuerpo, sin llegar a venderlo como tal. Los transeúntes se detenían boquiabiertos, sacando monedas de sus bolsillos casi por inercia, atraídos por aquella mezcla de fuerza bruta y serenidad impenetrable. Ragn no necesitaba moverse, cada fibra de su ser parecía hablar por él, contando historias de batallas pasadas y proezas imposibles. Los niños lo observaban con los ojos muy abiertos, imaginando que aquel gigante podía derribar montañas con solo un puñetazo. Los adultos, más incrédulos, se quedaban mirando sus tatuajes de runas, como si pudieran leer en ellos antiguos secretos de poder.
Con cada gesto casi imperceptible, la multitud se agitaba. Un simple giro de su cabeza o un leve ajuste de su postura hacía que los curiosos soltasen más monedas en su dirección. Las miradas de fascinación y asombro lo seguían de un lado a otro, mientras los ruidos de la ciudad se atenuaban alrededor de él, como si incluso el bullicio cotidiano quedara embelesado ante su figura. Ragn sabía que su cuerpo era su arma aquí, lejos de su tierra natal. Ya no empuñaba un arma, ni navegaba en drakkars, pero cada músculo que tensaba era una promesa de poder contenido. Era un espectáculo viviente en una ciudad donde nadie había visto jamás algo semejante, y su sola presencia era suficiente para que las monedas llovieran a sus pies. Sin decir una palabra, Ragn se mantenía en pie, dejando que el espectáculo fuera su propio cuerpo. — ¡Serrr buen presssio verrr a titán! — Gritaba, formando poses de culturismo. El sol seguía su curso en el cielo, las sombras cambiaban de ángulo, pero él seguía allí, inmutable, como una estatua que se alimentaba de la atención del público. Y al final del día, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios, recogía las monedas con sus gigantescas manos, sabiendo que había conquistado Kilombo de una forma que nunca imaginó.
Se sentía poderoso cuando admiraban su físico. ¿Por qué no disfrutar del aprecio de los minúsculos humanos? ¡Por qué no!