Derian Markov
Lord Markov
23-10-2024, 05:26 PM
En una de las colinas junto al pueblo, una figura alta observaba la luna menguante. Un hombre de pelo oscuro y ojos azules en una armadura plateada. Una capa negra cubría sus hombros y espalda y del pliegue de esta asomaban las empuñaduras de dos espadas. Estaba junto a un camino de tierra que cruzaba la colina, rodeado de hierba y algunos árboles. Bajo él se extendía el pueblo de Rostock, ahora a oscuras salvo por unas pocas luces. Desde aquella posición privilegiada podía ver dónde estaban las patrullas marines. ¿Le estarían buscando? Se había molestado en montar mucho ruido las últimas noches, pero aún no había parecido surtir efecto. Tal vez tendría que cambiar de táctica. Ser más directo.
Escuchó los pasos del desconocido antes de verlo. Fingió no percatarse y continuó examinando desapasionadamente las calles del pueblo, pero disimuladamente apartó un poco el pliegue de su capa para tener acceso más rápido a sus espadas. Por el sonido de su calzado contra la tierra, el sutil roce de la ropa y el aún más leve ruido del cuero de su cinturón quejándose por el peso, adivinó que se trataba de una persona algo más alta que la media, con ropa holgada de buen tejido y que probablemente iba armado o como mínimo llevaba algo pesado colgado de la cintura. Cuando escuchó su voz, apenas giró ligeramente la cabeza hacia él y le miró de soslayo. Curioso. La gente no solía tener el valor, o el poco juicio, de acercársele de esa manera y hablarle con esa confianza.
- Intrigante es conocer a alguien capaz de juzgar los modales de alguien sin verle actuar. O bien me hallo ante un auténtico juez del carácter humano, o ante alguien incapaz de distinguir la apariencia de lo que se oculta bajo la superficie - repuso, con voz suave y fría. No se le escapó el tono seductor del extraño. Era un hombre alto, de largos cabellos púrpuras, ojos grises e innegablemente apuesto. Vestía ropajes escandalosamente caros y llamativos, con una combinación de colores que le recordaba por algún motivo a alguna clase de ave exótica. Llevaba una katana al cinto, lo que le identificaba como guerrero o, al menos, como alguien con el buen juicio de no ir desarmado de noche. Su aspecto peculiar, piel perfecta y rasgos ligeramente andróginos le dificultaban deducir su edad, pero estaba bastante seguro de que era, por lo menos, algo más joven que él - Uno no puede evitar preguntarse cuál de las dos es...
Aunque nunca lo admitiría, la combinación de su aspecto, actitud y forma de hablar habían confundido a Derian. En aquel momento aún no tenía claro cómo juzgar a aquella persona. ¿Era una presa? ¿Era un cazador? ¿Se trataba solamente de un noble estrafalario y adinerado? La experiencia le decía que, por algún extraño motivo o ley no escrita del universo, cuanto más rara era una persona, más peligrosa solía ser. No solía hacer caso a aquel conocimiento de todas a todas, pues la lógica le decía que no podía haber una correlación entre un aspecto llamativo y el poder de una persona. Simplemente debían haber sido coincidencias.
Finalmente, decidió que mediría su carácter por el método más bruto y falto de sutileza al que podía recurrir. En una especie de broma cruel y pesada o, más bien, un intento de sacarle una reacción que le diese más datos, el conde decidió revelar lo que ocultaba tras él. Se giró totalmente hacia el apuesto extraño, mostrándole totalmente su rostro. Sus labios estaban aún manchados de sangre no totalmente seca. Con el rostro totalmente neutro pero un extraño brillo en la mirada, dio un paso hacia atrás y a su derecha, revelando el cadáver que había a sus pies. Para atraer la atención del desconocido hacia el cuerpo y que no lo pasase por alto, apoyó el pie sobre el pecho del muerto. Se trataba de su cena, un hombre de mediana edad de pelo castaño corto, barba bien recortada y piel arrugada y gastada por años de trabajo en el mar. Sin embargo, lo más llamativo sobre él en aquel momento era su expresión de agonía, sus ojos vueltos hacia arriba, las múltiples heridas cortantes por todo su cuerpo y su ropa destrozada y ensangrentada - Dime entonces, conocedor del carácter del género humano, ¿con quién tengo el gusto de hablar en esta buena noche? - alzó una copa ensangrentada hacia él y dio un sorbo sin dejar de mirarle a los ojos.
Escuchó los pasos del desconocido antes de verlo. Fingió no percatarse y continuó examinando desapasionadamente las calles del pueblo, pero disimuladamente apartó un poco el pliegue de su capa para tener acceso más rápido a sus espadas. Por el sonido de su calzado contra la tierra, el sutil roce de la ropa y el aún más leve ruido del cuero de su cinturón quejándose por el peso, adivinó que se trataba de una persona algo más alta que la media, con ropa holgada de buen tejido y que probablemente iba armado o como mínimo llevaba algo pesado colgado de la cintura. Cuando escuchó su voz, apenas giró ligeramente la cabeza hacia él y le miró de soslayo. Curioso. La gente no solía tener el valor, o el poco juicio, de acercársele de esa manera y hablarle con esa confianza.
- Intrigante es conocer a alguien capaz de juzgar los modales de alguien sin verle actuar. O bien me hallo ante un auténtico juez del carácter humano, o ante alguien incapaz de distinguir la apariencia de lo que se oculta bajo la superficie - repuso, con voz suave y fría. No se le escapó el tono seductor del extraño. Era un hombre alto, de largos cabellos púrpuras, ojos grises e innegablemente apuesto. Vestía ropajes escandalosamente caros y llamativos, con una combinación de colores que le recordaba por algún motivo a alguna clase de ave exótica. Llevaba una katana al cinto, lo que le identificaba como guerrero o, al menos, como alguien con el buen juicio de no ir desarmado de noche. Su aspecto peculiar, piel perfecta y rasgos ligeramente andróginos le dificultaban deducir su edad, pero estaba bastante seguro de que era, por lo menos, algo más joven que él - Uno no puede evitar preguntarse cuál de las dos es...
Aunque nunca lo admitiría, la combinación de su aspecto, actitud y forma de hablar habían confundido a Derian. En aquel momento aún no tenía claro cómo juzgar a aquella persona. ¿Era una presa? ¿Era un cazador? ¿Se trataba solamente de un noble estrafalario y adinerado? La experiencia le decía que, por algún extraño motivo o ley no escrita del universo, cuanto más rara era una persona, más peligrosa solía ser. No solía hacer caso a aquel conocimiento de todas a todas, pues la lógica le decía que no podía haber una correlación entre un aspecto llamativo y el poder de una persona. Simplemente debían haber sido coincidencias.
Finalmente, decidió que mediría su carácter por el método más bruto y falto de sutileza al que podía recurrir. En una especie de broma cruel y pesada o, más bien, un intento de sacarle una reacción que le diese más datos, el conde decidió revelar lo que ocultaba tras él. Se giró totalmente hacia el apuesto extraño, mostrándole totalmente su rostro. Sus labios estaban aún manchados de sangre no totalmente seca. Con el rostro totalmente neutro pero un extraño brillo en la mirada, dio un paso hacia atrás y a su derecha, revelando el cadáver que había a sus pies. Para atraer la atención del desconocido hacia el cuerpo y que no lo pasase por alto, apoyó el pie sobre el pecho del muerto. Se trataba de su cena, un hombre de mediana edad de pelo castaño corto, barba bien recortada y piel arrugada y gastada por años de trabajo en el mar. Sin embargo, lo más llamativo sobre él en aquel momento era su expresión de agonía, sus ojos vueltos hacia arriba, las múltiples heridas cortantes por todo su cuerpo y su ropa destrozada y ensangrentada - Dime entonces, conocedor del carácter del género humano, ¿con quién tengo el gusto de hablar en esta buena noche? - alzó una copa ensangrentada hacia él y dio un sorbo sin dejar de mirarle a los ojos.