Umibozu
El Naufragio
10-11-2024, 05:05 AM
29 de verano del año 724 a las 12:21,
Mar abierto,
East Blue.
Mar abierto,
East Blue.
La mañana estaba resultando agradable. El sol brillaba en el cielo azul, tan solo desafiado, o acompañado según para quién, por unas pocas nubes de pequeño tamaño, pero un blanco nuevo e impoluto. Nada presagiaba tormenta alguna y no la habría, al menos climática; el mar guardaba con recelo sus designios y te los escupía a la cara con violencia, arrollándote, y no podías reaccionar hasta que era demasiado tarde. Todos lo descubriríamos pocos días después, en especial Tofun, pero en ese momento nada apuntaba a ello y todos los presentes disfrutábamos de una mañana tranquila. Esa misma mañana habíamos recibido los carteles de recompensa por lo sucedido en la isla de Oykot. Nanbasen, me habían apodado. El Naufragio. Umibozu El Naufragio. El apelativo me había sido otorgado por los balleneros de la isla tras derribar prácticamente de un golpe la presa que alimentaba la central hidroeléctrica y debía decir que me encantaba. Lo portaba con orgullo, no tanto por lo que significaba o el motivo por el que se me había dado, sino porque quién lo pronunció primigeniamente lo hizo con respeto y admiración. Todo lo acontecido en Oykot había despertado un nuevo propósito. Habían sido días intensos y aunque aún no sabría definir la relación que mantenía con mis compañeros de viaje, de algún modo Oykot la había cambiado. Al menos por mi parte.
Salté de la cubierta del barco al mar. En esta ocasión y a diferencia de lo que solía hacer salté a gran distancia. A toda la que pude, con la intención de evitar inundar la cubierta de nuevo. Normalmente no me importaba, pero ya lo había hecho esa misma mañana y, aunque eso tampoco tenía importancia, quería saber cuán lejos podía llegar. Mar abierto era un lugar maravilloso para ese tipo de prácticas en alguien de mi tamaño, pues no tendría que preocuparme por destruir ningún edificio. Además, recientemente sentía que había crecido. No. No era un sentimiento, era una realidad. Espacios en los que antes entraba con más o menos holgura, de repente ya no podían contenerme y la distancia del fondo marino ya no era tan grande como antes. Debía haber dado el último estirón, aunque desde hacía años que ya no había aumentado mi tamaño. Quizás el retraso se debiera a los años de cautiverio y escasa actividad en el estanque del Tenryuubito. Como fuera, no era algo que me preocupase, sino más bien lo contario. Desde hacía un tiempo, estaba en completa armonía con mi tamaño. No solo eso, sino que además estaba orgulloso y sacaba provecho de él. Cuando salí de nuevo a la superficie, el barco todavía oscilaba tratando de mantener un equilibrio bastante precario en ese momento. La superficie marina ayudaba empujando a la embarcación hacia arriba cuando esta trataba de volcarse con un sinfín de olas. Comencé a nadar lentamente hacia el barco. La distancia era larga, al menos para los estándares humanos. No tanto para mí. Aproveché para recorrer la distancia nadando tranquilamente y haciendo alguna cabriola que otra debajo de la superficie, a modo de ejercicio. Se me acababa de ocurrir una idea.
-¡Airgid-lurk! - llamé cuando estaba cerca del barco. Escupí agua al cielo como si fuera una fuente gigante todavía en el agua- ¿Te parece que entrenemos y así estrenas esa arma que conseguiste en Oykot-lurk? - La chica de una sola pierna tenía un carácter de mil demonios. Suponía que ser tullida parte de su vida le había marcado el carácter y forma de ser, haciéndose valer en un mundo en el que partía con desventaja y debía esforzarse más que el resto. Al menos… una pierna más. Sonreí silenciosamente por la ocurrencia. Ignoraba si la joven apoyaría la propuesta. De no querer, quizás le preguntara al vikingo, aunque si me había parecido conocer ligeramente a la coja, su competitividad no distaba tanto de la del rubio.
Salté de la cubierta del barco al mar. En esta ocasión y a diferencia de lo que solía hacer salté a gran distancia. A toda la que pude, con la intención de evitar inundar la cubierta de nuevo. Normalmente no me importaba, pero ya lo había hecho esa misma mañana y, aunque eso tampoco tenía importancia, quería saber cuán lejos podía llegar. Mar abierto era un lugar maravilloso para ese tipo de prácticas en alguien de mi tamaño, pues no tendría que preocuparme por destruir ningún edificio. Además, recientemente sentía que había crecido. No. No era un sentimiento, era una realidad. Espacios en los que antes entraba con más o menos holgura, de repente ya no podían contenerme y la distancia del fondo marino ya no era tan grande como antes. Debía haber dado el último estirón, aunque desde hacía años que ya no había aumentado mi tamaño. Quizás el retraso se debiera a los años de cautiverio y escasa actividad en el estanque del Tenryuubito. Como fuera, no era algo que me preocupase, sino más bien lo contario. Desde hacía un tiempo, estaba en completa armonía con mi tamaño. No solo eso, sino que además estaba orgulloso y sacaba provecho de él. Cuando salí de nuevo a la superficie, el barco todavía oscilaba tratando de mantener un equilibrio bastante precario en ese momento. La superficie marina ayudaba empujando a la embarcación hacia arriba cuando esta trataba de volcarse con un sinfín de olas. Comencé a nadar lentamente hacia el barco. La distancia era larga, al menos para los estándares humanos. No tanto para mí. Aproveché para recorrer la distancia nadando tranquilamente y haciendo alguna cabriola que otra debajo de la superficie, a modo de ejercicio. Se me acababa de ocurrir una idea.
-¡Airgid-lurk! - llamé cuando estaba cerca del barco. Escupí agua al cielo como si fuera una fuente gigante todavía en el agua- ¿Te parece que entrenemos y así estrenas esa arma que conseguiste en Oykot-lurk? - La chica de una sola pierna tenía un carácter de mil demonios. Suponía que ser tullida parte de su vida le había marcado el carácter y forma de ser, haciéndose valer en un mundo en el que partía con desventaja y debía esforzarse más que el resto. Al menos… una pierna más. Sonreí silenciosamente por la ocurrencia. Ignoraba si la joven apoyaría la propuesta. De no querer, quizás le preguntara al vikingo, aunque si me había parecido conocer ligeramente a la coja, su competitividad no distaba tanto de la del rubio.