Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Aventura] Crónica de una resaca anunciada [T2]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El caos se apoderaba de la taberna mientras las llamas, aunque contenidas, amenazaban con extenderse a los barriles de madera y al resto del mobiliario. El humo, cada vez más denso, obligaba a los clientes a toser y a buscar refugio cerca del suelo. La atmósfera estaba cargada de tensión, mezclada con el chisporroteo de las llamas y los gritos nerviosos. El tabernero, siguiendo instintivamente el consejo de alguien, abrió las ventanas más cercanas para ventilar el humo, aunque esto solo ayudó ligeramente. Los marines, en un estado entre la embriaguez y la confusión, empezaban a reaccionar. Un par de ellos intentaron usar sus capas para apagar las llamas, mientras que Rugal, visiblemente frustrado, gritaba órdenes para que los hombres formaran una cadena y usaran los barriles de agua disponibles junto a la pared. A pesar del desorden, el fuego comenzó a ser controlado. Sin embargo, el ambiente seguía siendo irrespirable. El suelo estaba ahora empapado, cubierto de una mezcla de agua sucia y ceniza negra, mientras los clientes se atropellaban en su intento de salir del lugar. El tabernero maldecía a los marines entre toses, pero no podía hacer mucho más que intentar proteger su negocio. En un rincón, las mujeres que habían llamado la atención antes parecían intentar salir de la taberna, ayudándose unas a otras mientras esquivaban el tumulto. Una de ellas, una joven de rizos oscuros, giró la cabeza brevemente, observando la escena con una mezcla de preocupación y curiosidad. El humo comenzaba a llenar cada rincón del lugar, y aunque las llamas parecían dominadas, el riesgo de que el fuego se reavivara seguía latente. Algunos marines ya se tambaleaban hacia la salida, mientras que otros, más borrachos o más valientes, intentaban seguir colaborando. Rugal, por su parte, permanecía cerca de las llamas, asegurándose de que sus hombres cumplieran con las órdenes y evitando cualquier excusa para que el desastre se descontrolase aún más.

En este momento crítico, la situación parecía ofrecer dos caminos claros. Tenías dos opciones, bardo.

El fuego aún no estaba completamente extinguido, y el humo podía ser un peligro real para los que permanecían dentro. La ayuda sería crucial para mantener el orden y garantizar que nadie resultara herido. Además, en el proceso podría ser posible fortalecer vínculos con los presentes, especialmente con los marines o incluso con los civiles afectados. Pero quedarse también implicaría exponerse al peligro del humo o al riesgo de reavivamiento del fuego. Esto te ocasionaría trescientos de daño verdadero.

Y la otra opción ... Bueno.

Con el caos como aliado, escapar sería sencillo. La confusión y el desorden proporcionaban la cobertura perfecta para deslizarse hacia la salida sin llamar la atención. Esto permitiría evitar cualquier riesgo físico y la posibilidad de enfrentarse a preguntas comprometedoras o a represalias por parte de Rugal y sus hombres. Sin embargo, abandonar el lugar podría dejar una impresión negativa en quienes presenciaran su retirada, cerrando posibles puertas en el futuro y perdiendo una oportunidad de consolidar relaciones útiles.

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#11
Sasurai
-
Un conflicto casi tan intenso como las llamas crecía en el interior de Sasurai: por un lado el sentido común y el instinto de supervivencia decían que había llegado el momento de salir corriendo y olvidarse de todo lo ocurrido. Con un poco de suerte los marines recibirían una buena reprimenda por haber quemado la taberna, y quizá eso hacía que los reasignasen o los dejaba fuera de servicio una temporada. Como fuese, se podía decir que había cumplido su objetivo de causarles problemas y hacer que no estuviesen centrados para el día siguiente, así que no tenía obligación alguna de quedarse.

Y sin embargo... por otro lado estaba la oportunidad de ser un héroe, de ayudar a evitar que hubiese heridos y demostrar a los presentes que era no solo un músico sino también el principio de una leyenda. Su sentido común chillaba que saliese de allí, pero era imposible escucharlo por debajo de la estruendosa voz de su sentido del espectáculo. Además, si ayudaba seguramente se ganaría ya por completo la confianza de los soldados, y en cierto modo le deberían una, algo que nunca sabía cuándo le podía venir bien, sobretodo ahora que al parecer iba a empezar su carrera como rebelde revolucionario.

Decidido a quedarse y ayudar, lo primero que haría sería buscar un trapo húmedo y cubrirse con él la boca y la nariz, intentando limitar la cantidad de humo y cenizas que respiraba. Hecho esto se uniría al grupo, ayudando a propagar las órdenes de Rugal para formar una cadena para traer agua. Donde el capitán llevaba el mando y establecía la estrategia, el pelirrojo sería su eficiente mano derecha, asegurándose de que todos lo entendían y repartiendo un grito o una palmada en la espalda allí donde fuese necesaria para mantener a los hombres centrados y motivados pese al peligro de la situación.

Poco a poco la situación mejoraría, pero no sin que el pobre Sasurai sufriese más de una quemadura y acabase tosiendo como un desgraciado. Exhausto y dolorido, serían altas horas de la noche cuando el treintañero se plantase ante la taberna, con los brazos en jarras, viendo el resultado de su trabajo y pensando en la que se podía haber liado. Forzándose a sonreír y a ser amable, se despediría de los soldados con apretones de manos y abrazos, habiendo forjado el tipo de relación que solo se creaba tras haber sobrevivido juntos a algo terrible.

Apenas se estaría preparando para ver dónde iba a dormir cuando una mujer se acercaría. Tenía restos de hollín en la cara y el borde de las ropas algo chamuscado, marcándola como superviviente de la taberna, y al parecer había estado sentada por allí cerca, esperándolo a él.

- Eso que has hecho ha sido muy heroico sabes. Creo que te has ganado que te invite a tomar algo, si tu cuerpo es capaz de aguantar-

Diría con tono coqueto mientras llegaba a situarse a apenas un palmo del músico, de manera que podría oler su perfume junto al omnipresente olor del humo. Sonriendo de oreja a oreja, el pelirrojo la agarraría por el brazo derecho, agradeciendo que, probablemente, ya tenía claro dónde iba a dormir.

- Mi cuerpo aguanta lo que le echen. ¿Dónde vamos? -

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#12
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