Zane
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21-01-2025, 12:33 AM
(Última modificación: 21-01-2025, 12:56 AM por Zane.
Razón: Errata al postear rápido porque perdía la racha
)
Invierno 724.
Isla Tortuga.
Una pequeña Pomerania correteaba juguetona por el centro de la ciudad principal de Isla Tortuga, dando saltitos entre charcos de ron y orina para no mancharse. Finalmente, con sus diminutas patitas peludas, la perrita decidió que era mejor idea ir saltando de un hombre a otro, como si se encontrara saltando en una colchoneta inflable. La joven cánida parecía disfrutar del caos que causaba, ¿acaso escondía una maldad oculta digna de una pirata? Era posible, aunque difícil de creer al verla tan esponjosa y bonica. Quizás solo le encantaba hacer travesuras, haciendo uso de su encanto inocente para salirse con la suya.
—Vamos, Princesa, termina de jugar y haz tus necesidades, que tenemos que volver a la taberna con esta panda de mamarrachos —le dijo Zane, observándola con los ojos brillosos de emoción.
La pequeña Pomerania inclinó sus cuartos traseros con decisión, echó las orejas hacia atrás bajando su rabo y soltó un diminuto y poderoso excremento sobre el pecho desnudo de un borracho que luchaba por respirar.
Zane, mirando con desprecio al hombre que se encontraba en el suelo y que había sido bendecido por su perrita, sacó un trapo blanco de su bolsillo. Lo mojó con una botella de agua que llevaba y limpió a su perrita con cierta dificultad, ya que a la raza Pomerania no le gustaba mucho el agua. Se había vuelto diestro en ello con los años, tardando apenas un par de segundos en dejarla limpia como la patena. Tras ello, la levantó y la acomodó en la capucha de su chaqueta, donde ella se tumbó como si estuviera en un trono. Lo cierto era que el nombre le venía como anillo al dedo.
Tras eso se puso en marcha rumbo a la taberna, caminando por la calle principal de la ciudad de Champa, que parecía renacer de las cenizas del desenfreno nocturno con los primeros rayos de sol del amanecer, haciéndole tener un encanto que solo se encuentra en los lugares más deprimentes. El aire estaba impregnado de un hedor inconfundible: una mezcla entre alcohol barato, vómito rancio y meados que parecían haberse incrustado en todos y cada uno de los rincones de la isla. Sin embargo, pese a todo, el pelirrojo no podía estar más feliz.
Isla Tortuga.
Una pequeña Pomerania correteaba juguetona por el centro de la ciudad principal de Isla Tortuga, dando saltitos entre charcos de ron y orina para no mancharse. Finalmente, con sus diminutas patitas peludas, la perrita decidió que era mejor idea ir saltando de un hombre a otro, como si se encontrara saltando en una colchoneta inflable. La joven cánida parecía disfrutar del caos que causaba, ¿acaso escondía una maldad oculta digna de una pirata? Era posible, aunque difícil de creer al verla tan esponjosa y bonica. Quizás solo le encantaba hacer travesuras, haciendo uso de su encanto inocente para salirse con la suya.
—Vamos, Princesa, termina de jugar y haz tus necesidades, que tenemos que volver a la taberna con esta panda de mamarrachos —le dijo Zane, observándola con los ojos brillosos de emoción.
La pequeña Pomerania inclinó sus cuartos traseros con decisión, echó las orejas hacia atrás bajando su rabo y soltó un diminuto y poderoso excremento sobre el pecho desnudo de un borracho que luchaba por respirar.
Zane, mirando con desprecio al hombre que se encontraba en el suelo y que había sido bendecido por su perrita, sacó un trapo blanco de su bolsillo. Lo mojó con una botella de agua que llevaba y limpió a su perrita con cierta dificultad, ya que a la raza Pomerania no le gustaba mucho el agua. Se había vuelto diestro en ello con los años, tardando apenas un par de segundos en dejarla limpia como la patena. Tras ello, la levantó y la acomodó en la capucha de su chaqueta, donde ella se tumbó como si estuviera en un trono. Lo cierto era que el nombre le venía como anillo al dedo.
Tras eso se puso en marcha rumbo a la taberna, caminando por la calle principal de la ciudad de Champa, que parecía renacer de las cenizas del desenfreno nocturno con los primeros rayos de sol del amanecer, haciéndole tener un encanto que solo se encuentra en los lugares más deprimentes. El aire estaba impregnado de un hedor inconfundible: una mezcla entre alcohol barato, vómito rancio y meados que parecían haberse incrustado en todos y cada uno de los rincones de la isla. Sin embargo, pese a todo, el pelirrojo no podía estar más feliz.