Hay rumores sobre…
... un algún lugar del East Blue los Revolucionarios han establecido una base de operaciones, aunque nadie la ha encontrado aun.
[Evento] El inmaculado aparece.
King Kazma
Shiromimi
Las cosas en aquel lugar eran demasiado extrañas. Primero no sabía cómo había llegado allí y ahora un joven desaparecía convertido en nieve. ¿Era producto de alguna alucinación? ¿Tal vez una ilusión? ¿Parte de una trampa tal y como había pensado? En lo que sí se pudo fijar fue en que la bolsa que portaba el pelirrojo continuaba allí. Probablemente fuera un jugador y realmente alguno de los presentes lo había asesinado. O tal vez había muerto a causa del frío, no es que llevara mucho abrigo, y los humanos eran débiles ante el frío al llevar su piel sin proteger. Sea como fuere, lo cierto era que había una única verdad que sabía sobre aquello. Un problema menos del que preocuparse.

El otro humano que estaba junto al que había desaparecido por arte de magia no se tomó a bien su petición. Realmente era la reacción más adecuada en una situación así. Si te daban a elegir entre dejar que te roben o pelear, lo mejor era empezar a pelear sin avisar. ¿Para qué dar ventaja al otro? Y lo cierto era que el peliblanco era rápido y… cómo no, luchaba con una espada. La gente tenía que aprender a dejar de depender de esas armas para pelear. Le dio tiempo a reaccionar saltando hacia atrás, aunque la espada le hizo un pequeño corte en el chaleco. Enfrentarse a usuarios de filo era complicado, pero no imposible. Lo bueno era que suponía un reto con alguien tan capaz, así que le serviría para entrenar un poco.

Pero justo cuando aterrizó de nuevo en la nieve e iba a contraatacar, el peor escalofrío de su vida le recorrió todo el cuerpo, erizando su pelaje según subía por su espalda y provocando que sus orejas se alzaran por completo, tensas y atentas a cualquier señal de peligro. Era como si alguien le observara, alguien indetectable pero que podía ver todos sus movimientos a la perfección, como estar completamente desnudo e indefenso. Igual que una mascota… Unos nubarrones se empezaron a formar encima de ellos, sonando truenos que indicaban una tormenta de esas que hacían historia. Alguien estaba jugando con ellos como si se tratara de un espectáculo en una jaula, efectivamente como si fueran mascotas para su entretenimiento. Bueno, pues King no era ninguna mascota, no importaba su apariencia suave.

Lo siguiente ocurrió en apenas 4 segundos. Usó el truco que tenía pensado, calentó de repente sus pies lo máximo que pudo y eso provocó que la nieve a sus pies sublimara, llenando en un instante toda la zona de vapor de agua en un estallido inofensivo. Enfrió sus pies, no le convenía ir fundiendo nieve ni que se vieran brillar al estar incandescentes. Comenzó a respirar de una manera concreta que potenciaría sus músculos para tener mayor probabilidad de éxito. Arrojó entonces su chaleco hacia el chico de la espada por el lado contrario al que tenía la bolsa de canicas. El chaleco era rojo y fácilmente visible incluso en el vapor. Por el contrario, el cuerpo de King era blanco y sus pantalones negros. Un chaleco rojo tenía que llamar mucho más la atención. Aprovechando la distracción, pegó un salto hacia adelante para no hacer ruido al pisar la nieve y acercarse a su contrincante por el lado de la bolsa de canicas. Si conseguía robarla, sería perfecto, si no tendría que conformarse sólo con las del pelirrojo que había desaparecido y el otro chico que se acababa de desplomar. En el peor caso, se llevaría una canica, ya que no sabía si el desmayado estaba fingiendo. En el mejor caso, serían tres canicas nuevas y podría echar a correr hacia otra zona en la que no fuera a caer la tormenta del siglo. Le sonaba haber visto un bosque en la dirección que estaba tomando.


Datos


Resumen
#21
Norfeo
El Poeta Insomne
— Tic... tac... tic... tac... — 

Ese sonido comenzaría a resonar por la Tundra Helada, un sonido que venia de todas partes y de ninguna. Al mismo tiempo que dicho sonido comenzaba a llegar las negras nubes comenzarian a retumbar con mayor fuerza. Relámpagos purpura se formarían en su estructura creando múltiples destellos de luz que dejarían ver una sombra o silueta inmensa oculta en las nubes, pero era imposible apreciar bien su forma o sus dimensiones reales. El retumbar se intensificaba y entre las gélidas montañas el viento traía solo dos sonidos...

— Tic... tac... tic... tac... —
#22
Byron
Hizashi
El frío glacial era sin lugar a dudas el mayor contrincante al que Byron se había enfrentado hasta la fecha. Con la nariz casi anestesiada, enrojecida por las extremas condiciones, el viento en sus mejillas se sentían cuál cuchillas heladas, teniendo la sensación continua de su piel agrietándose cada vez que la brisa chocaba contra ella. Aun así, Byron prosiguió su camino lento pero firme. El propio movimiento hacia su destino hacía que el cuerpo poco a poco entrase en calor, los múltiples rayos de sol bendecían al Solarian, pero en lo referente a brindar confort a su cuerpo, no eran más que atrezzo.

Así llegó al pie de aquel monte, con un leve temblor en sus rodillas y barbilla por el frío. Había abrochado hasta arriba su camisa y sacado sus brazos de las mangas para abrazar su propio torso y guardar más el calor, usando la prenda como si fuese una manta, y las largas mangas enrolladas en su cuello como bufanda improvisada. Desde luego, la apariencia del muchacho en aquel momento era ridícula, una apariencia totalmente contraría a la que le gustaba transmitir, pues a Byron siempre le gustó cuidar y mimar su imagen, esta le había sacado en más de una ocasión de un apuro.

Fue entonces cuando comenzando lo que sería la segunda parte de su viaje lo sintió.

Una extraña sensación recorrió el cuerpo del pirata, un escalofrío, distinto a los anteriores. Si, esa incomodidad era similar a la que sentía alguien cuando un "depredador" clavaba su mirada en la espalda de su presa, si, las pupilas del cazador acosando el cuello de aquel que saciaría su sed de sangre. Tan pronto hizo acto de presencia, desapareció, dejando tras de sí los sonidos lejanos de una tormenta.

El chico tragó saliva mientras una gota de sudor frío caía de su frente, congelándose antes de llegar a la propia mejilla. Se limpió mientras recobraba poco a poco el aliento, el suceso anterior paró el corazón de Byron unos segundos de la impresión causada. Suspiro profundamente, llenando sus pulmones con el gélido aire de la tundra, increíblemente, el chico ya no sentía el frío, esa mirada había dejado su cuerpo en estado de alerta total. La sensación de peligro e indefensión hizo que Byron colocase sus prendas de forma correcta, y llevó su mano dominante a la guarda de su espada para estar preparado si necesitaba actuar.

Unas nubes negras fueron emergiendo tras aquel monte, ¿sería la lejana tormenta que escuchó? Por la distancia del sonido pensó que estaban más lejos, pero no, si no se apresuraba la tormenta no tardaría en engullirlo.

Arrancó a correr, todo lo que pudo, recorriendo sus propios pasos, los cuales aún estaban marcados en la nieve. Miró tras de sí para comprobar como avanzaba el peligro, aquellas nubes parecían haberse enfurecido, dejaban caer violentos relámpagos violetas a su paso, pero eso no era lo que más preocupaba al muchacho.

Entre aquella tormenta, los rayos iluminaban de forma fantasmagórica una figura colosal, reflejándose en aquellas nubes, enalteciendo su presencia todavía más si era posible. La misma sensación recorrió hasta el último extremo de su cuerpo, primero le había hecho sentir su mirada y ahora le intimidaba con su imagen. Byron siguió corriendo queriendo abandonar aquel gélido paraje, sin poder dejar de prestar atención a la calamidad que se cernía sobre él.

DATOS
#23
Juuken
Juuken
Ese extraño tipo simplemente saltó hacia atrás, logró eludir mi ataque sin más, tal vez fuí muy lento, o puede ser que sencillamente estuviera demasiado lejos para que me pudiera ver venir, el caso es que ahora nos encontrábamos a escasos cuatro metros de separación, me disponía a volver a realizar otro ataque, cuando de pronto un sonido atronador recorrió el lugar.

Un gran escalofrío recorrió toda mi columna vertebral, que se extendía recorriendo todos mis huesos, no pude evitar estremecerme, lo que evitó que me volviera a lanzar a por esa criatura hostil. Un sonido de retumbar comenzaba a escucharse por doquier a la par que el cielo se encapotaba y oscurecía el día.

Antes de querer darme cuenta se había oscurecido todo bastante, volví a mirar a mi oponente, esta vez con seriedad, la situación se complicaba, y probablemente ahora haría algo, por lo que me mantuve alerta. De pronto, a la par del retumbar del cielo comenzó a emerger humo de los pies de ese conejo a gran velocidad, por inercia di un salto y unos pasos hacia atrás, colocándome a unos siete metros del enemigo, ese humo comenzó a dificultarme la vista, podía ver su sombra moverse rápidamente, por lo que me puse en guardia, definitivamente iba a atacar.

Un bulto rojo salió arrojado, me preparé para bloquearlo, pero cayó en la posición donde había estado anteriormente, era una trampa, y de no haber retrocedido habría caído seguramente, entonces ahí se lanzaría él. Observé atento a un movimiento, y efectivamente salió lanzado de la nube directamente hacia la posición donde había estado hacía unos instantes. Sonreí con fuerza, ahora si que era mío, estaba lanzándose hacia adelante, al levantar esa propia cortina de humo no habría podido darse cuenta de que había retrocedido, aunque viera mi sombra sería imposible determinar la profundidad, y al tener él la nube justo encima le dificultaría más la visión que a mí.

Sin pensarlo dos veces, y aprovechando su posible desconcierto al no verme donde esperaba me lancé de nuevo, esta vez más fuerte, tan solo quería incapacitarlo rápidamente, había que terminar eso rápido, no sabía qué podría estar ocurriendo en el cielo, pero ese escalofrío que me había dado no me inspiraba nada de confianza.

Mientras llegaba a esa criatura lanzando mi golpe, de nuevo con mi sable en la mano derecha, me vino una pregunta al son de los tambores celestes, es una criatura cuya existencia desconocía. ¿De qué color sería su sangre?

-¡Eres mío!

Dije con una sonrisa de oreja a oreja, ya sin recordar que mi aspecto había cambiado, comenzaba a perder la razón, solo quería acabar con este tipo rápido y ayudar al otro muchacho que estaba cerca, ya que no había logrado salvar al primero, por lo menos intentaría hacer algo con este. Tal vez en acabar con este demonio deberíamos buscar algo de cobijo.

DATOS
#24
Nagaki
Medusa
Mis preguntas se quedaron en el aire, flotando como un eco inquieto, porque, en ese preciso instante, tanto a mí como a Alexander nos recorrió un escalofrío. Un retumbar profundo resonó sobre nuestras cabezas, y casi al instante el cielo se cubrió de nubes negras, ominosas. Era el anuncio de una tormenta que se aproximaba con una intensidad que apenas podíamos imaginar. Una tormenta. Una señora tormenta. Recuerdo que había leído sobre estas tempestuosas manifestaciones de la naturaleza durante mis semanas de instrucción en la marina, donde se nos advertía sobre la importancia de estar preparados en caso de encontrar tormenta en alta mar. Aunque por ser gyojin no me afectaba especialmente caer al mar, era fundamental no solo para la seguridad de uno mismo, sino también para la del resto de la tripulación y, por supuesto, para nuestro barco.

De repente, la adrenalina se apoderó de mí y miré a Alexander con la preocupación reflejada en mis ojos. Sin tiempo que perder, le grité mientras me daba la vuelta y empezaba a correr -¡Sígueme, corre! ¡Tengo un refugio cerca!-. Sabía que el refugio estaba más allá de los pequeños arbustos y a solo 20 metros de donde nos habíamos encontrado, pero cada segundo contaba.

Alcancé el refugio en un abrir y cerrar de ojos, lanzando los palos a un lado, donde los otros palos mojados. El refugio, situado en un pequeño hueco contra la montaña, prometía ser un refugio contra el viento, aunque la lluvia podría ser un problema. Mirando hacia arriba, vi cómo las nubes oscurecían el cielo mientras el truenos comenzaban a aullar alrededor de nosotros. No me atrevía a quedarme allí mucho tiempo; necesitaba pensar en nuestra seguridad. ¿Qué podíamos hacer? ¿Dónde podríamos resguardarnos mejor? Recordé entonces el sonido extraño que había percibido antes: la parte de la pared que parecía sonar diferente cuando la golpeaba.

Sin dudarlo, me acerqué a esa zona. Mientras me ponía las nudilleras, sentí una mezcla de ansiedad y esperanza, aunque el tiempo corría y cada segundo tenía que aprovecharlo. Comencé a dar golpecitos a la pared en esa área, con atención y cuidado. Cada golpe resonaba y, tras unos momentos de incertidumbre, encontré la parte hueca que había estado buscando. Con un puñetazo certero (mirar off), logré abrir una pequeña abertura de aproximadamente 1.5 metros de alto por 1 metro de ancho. La oscuridad de la abertura se convirtió en una promesa de seguridad, como si se tratara de un portal a un lugar seguro.

Al asomarme, pude ver que efectivamente era una cueva, un refugio natural que había quedado sepultado bajo algún deslizamiento de tierra y nieve a lo largo del tiempo. Esta cueva se convertía en nuestro salvavidas; su interior prometía resguardarnos no solo de la lluvia torrencial que comenzaba a caer, sino también de los truenos aullantes que se cernían sobre nosotros. La estructura natural permitiría que, si el agua ingresaba, esta se deslizara por los costados de la cueva en una cascada, lejos de nosotros.

Sin pensarlo dos veces, utilicé mis tentáculos para ayudar a mis manos, cogiendo todos los palos y metiéndolos en la cueva, haciéndome un lado para dar paso en caso de que Alexander decidiera venir. Una vez dentro, el silencio de la cueva se convirtió en un refugio apacible en contraposición al caos que reinaba en el exterior. Me quedé observando el cielo a través de la entrada, viendo cómo el viento arrancaba las hojas de los árboles y la lluvia empezaba a caer con una furia inusitada.

Off

Personaje
#25
Norfeo
El Poeta Insomne
Hmmmrrrrrr...
El murmullo de Norfeo resonó por la sala, no como un suspiro perezoso, sino como una advertencia silenciosa de la devastación que se avecinaba. Ya vestido con su túnica roja y adornos vetustos, su figura imponente se encontraba de pie junto a un ventanal enorme, observando el paisaje que se extendía ante él, aunque su atención no estaba realmente en el mundo que tenía delante. Algo en su interior ya había decidido que era hora de actuar.

Fffffffff... — exhaló con calma, mientras el aire se llenaba de una energía pesada, como si el mismo espacio a su alrededor se preparara para lo inevitable.
Norfeo se giró lentamente, caminando con pasos seguros y decididos hacia el centro de la sala, donde una esfera flotante de energía lo esperaba, proyectando imágenes en constante cambio de distintos lugares del mundo. Sus dedos trazaban círculos perezosos en el aire, controlando las visiones que aparecían frente a él. Un volcán abrasador, una selva formada por hongos gigantescos, una ciudad en pleno bullicio... nada captaba realmente su interés, hasta que una tundra helada apareció en la superficie de la esfera.
Un vasto paisaje blanco y desolado, donde la vida luchaba contra el frío implacable. Las figuras dispersas que intentaban sobrevivir en ese páramo parecían insignificantes frente a la majestuosidad brutal del entorno. Norfeo frunció el ceño, ligeramente disgustado.

Pfff... no soporto el frío — murmuró con desdén, mientras una sonrisa perversa empezaba a formarse en sus labios.

Con un simple gesto, hizo que la esfera se centrara en ese rincón del mundo. Las nubes sobre la tundra comenzaron a oscurecerse, convocadas por su voluntad. Pesadas y negras como la obsidiana, se extendieron rápidamente, cubriendo todo el cielo y bloqueando cualquier atisbo de luz. El aire se volvió denso y estático, mientras una tensión palpable comenzaba a apoderarse de cada rincón de la tundra.

El primer trueno retumbó en la distancia, un estruendo tan poderoso que sacudió la tierra. Norfeo observaba con ojos entrecerrados, disfrutando del poder que desataba con tanta facilidad. Los rayos comenzaron a caer, iluminando brevemente el paisaje blanco antes de destruirlo por completo. El hielo se partía en enormes grietas, el suelo temblaba y las montañas de nieve se desplomaban en avalanchas. Todo se desmoronaba bajo la furia implacable de la tormenta.

Entre el caos, Norfeo notó algo interesante: una figura ágil de orejas largas que se encontraba peleando contra otras figuras a su alrededor. Pero la tormenta de Norfeo era implacable. Un rayo lo alcanzó, reduciendo su cuerpo a cenizas en un instante, mientras los restos de hielo se iban volatilizando gracias a los relámpagos que había invocado con su gracia.
Norfeo observó con una mezcla de curiosidad y desdén. Bajó la mirada hacia el lugar donde el conejo había caído y soltó una risa profunda y peculiar que resonó por toda la sala.

Fuhuhuhuhu... — se rió con burla, disfrutando del eco de su propia voz. — Parece que las patas de conejo no dan tanta suerte, después de todo.
El cielo sobre la tundra comenzó a despejarse lentamente, dejando tras de sí la nada en un lugar que antes había sido una escena de vida y supervivencia. 

Norfeo, satisfecho con su obra, desvió su atención de la esfera.

Se acercó a su trono de piedra negra, tomó asiento y dejó escapar un suspiro ligero, cruzando una pierna sobre la otra. La diversión había terminado, por ahora. Quizá, después de un breve descanso, encontraría algo más interesante con lo que entretenerse.


[Imagen: one-piece-2-1.png?ex=66c1261e&is=66bfd49...6e8db5791&]

Bajo el hielo eterno, la vida se afana,
Pero el destino es cruel, y la suerte es vana.
Rayos caen desde el cielo enardecido,
El frío se quiebra, lo que fue ya es perdido.

El conejo salta, sus patas son su guía,
Pero ante la tormenta, su suerte desvaría.
El trueno lo alcanza, su danza termina,
Parece que las patas de conejo no salvan en la ruina.

Todo se esfuma, lo fuerte y lo leve,
La tundra se disuelve en un mar breve.
Nada perdura en la helada tormenta,
La suerte se va, y solo el viento la cuenta.

OFF
#26
Juuken
Juuken
Estaba a punto de impactar contra esa criatura de extrañas y alargadas orejas, estaba a poco cuando un gran destello me nubló por unos instantes. Lo último que vi antes de quedar cegado fue como unas chispas salir de las orejas de esa criatura, acto seguido un tremendo fogonazo y un dolor abrasivo desde mi rostro.

Me escocían los ojos, sentía mi cuerpo en llamas, el dolor era terrible, abrí los ojos, por el izquierdo no veía absolutamente nada, por el derecho veía bastante borroso, pero había salido despedido con una potencia que jamás habría imaginado, me encontraba volando, alejándome a una velocidad vertiginosa, hasta que esa aceleración se detuvo, caí sobre la gruesa capa de hielo, sentí que se rompían todos los huesos de mi cuerpo, el dolor era tan grande que ni siquiera era capaz de responder a él.

Me encontraba tumbado en el frío hielo, ya no notaba nada, ni calor ni frío. No podía creer que todo se hubiera acabado ahí. Me intenté levantar, solamente para advertir que donde debían estar mi brazo derecho y mi pierna izquierda tan solo había un par de muñones completamente calcinados a la altura del torso, y las otras extremidades estaban todavía ahí, pero completamente quemadas, no podía ni ponerme en pie ni siquiera incorporarme, el dolor era tal que ni siquiera era capaz de hablar.

Ahí se acababa todo, no sabía ni qué había ocurrido, no cómo había llegado hasta allí, pero ya no había nada que pudiera hacer, iba a morir y ya nada importaba. Solo pude cerrar el ojo que me quedaba a la par que aquella luz llegaba a mí para desintegrar lo que quedaba de mi cuerpo, impotente y tan dolorido que era incapaz de hacer otra cosa que no fuera sonreir con ironía.
#27
Atlas
Nowhere | Fénix
Apenas acababa de regresar al ancho río de hielo cuando el cielo se vino, literalmente, abajo. Inicialmente sólo fueron unas rachas viento algo más fuertes que las anteriores, que en medio de tanto frío y desolación no llamaron especialmente mi atención. No obstante, cuando el anuncio del fin del paisaje helado comenzó a rugir desde las alturas todo cambió. Las nubes, que hasta ese momento se había movido a rápida velocidad, ágiles, en las alturas como consecuencia de las rachas de viento se volvieron densas y oscuras. Si alguien me hubiese preguntado en aquel momento habría opinado sin dudar que éstas exhibían feroces rostros de amenaza. Como gazapos en una madriguera en plena primavera, comenzaron a multiplicarse y crecer, expandiéndose por toda la zona al tiempo que destellos de luz comenzaban a iluminar su seno.

La luna y las estrellas, que hasta ese momento habían dotado de cierta luminosidad onírica cuanto nos rodeaba, fueron totalmente opacadas por un manto de nubes procedente del mismísimo averno. Todo se materializó en apenas unos segundos. Sucedió a tal velocidad que realmente me planteé si aquello era posible, si verdaderamente era posible lo que mis ojos estaban contemplando. Tal y como habían anunciado al iluminar la matriz del grueso y amenazante conglomerado de nubes, los rayos no tardaron en comenzar a caer sobre nosotros. Lo hacían de forma tan anárquica como destructiva. Al caer donde les parecía dejaban claro que no parecían tener un objetivo predefinido —sólo faltaría—, pero eran tantos que el efecto destructivo y era mucho más imponente y letal.

—Esto no puede acabar bien —le dije en voz baja a Sidd, no porque quisiera hablar en ese tono, sino porque el frío tampoco me dejaba enunciar las palabras con mayor potencia—. Intentemos salir del río y caminar por la orilla hacia delante. Tal vez con algo de suerte podamos abandonar esta zona.

Cuando quise darme cuenta, una secuencia de cuatro rayos habían caído justo en la zona en la que nos encontrábamos hacía apenas unos segundos. Los helados árboles con apariencia de cristal se sometieron sin oponer la más mínima resistencia a una secuencia de cuatro rayos que cayeron sobre los mismos. Esquirlas salieron disparadas por doquier y el estruendo me ensordeció mientras me lanzaba por los aires.

—¡Vamos, corre! —atiné a decir con ímpetu mucho menor que el que resonaba en mi cabeza.

Me levanté como pude, con el miedo abrazando mi espíritu y el frío anclando mis piernas al suelo. Ponía un pie delante del otro con toda la velocidad que podía —que no era mucha—, pero por mucho que intentase alejarme la destrucción a mi alrededor parecía indicar que estaba justo en el centro de aquel infierno. Las descargas eléctricas hacían detonar la nieva como si ésta ocultase explosivos bajo su superficie. Por el rabillo del ojo atiné a observar cómo un rayo caía cobre la cima de una montaña, provocando un gran desprendimiento que sin duda alguna acabaría con cualquier rastro de vida que hubiese en la ladera o el valle de la misma. Si en ese preciso instante la tierra se hubiese abierto bajo mis pies para tragarse en un suspiro todo lo que había alrededor no me habría sorprendido en absoluto.

Todo lo que sucedía a mi alrededor era premonitorio de lo que me iba a ocurrir a mí. Apenas llevaba un par de minutos corriendo torpemente cuando el primer rayo cayó sobre el río helado, apenas tres metros por delante de mí. La explosión me lanzó por los aires, pero eso no fue lo peor. Ni siquiera llegué a ver cómo el hielo se resquebrajaba, ya que la potencia del impacto fue tal que la sólida lámina de hielo sobre la que caminaba fue perforada y se dividió en un sinfín de fragmentos más pequeños. Estos, tan anárquicos como el fin del mundo que me había tocado vivir, flotaban a la deriva siguiendo el curso del río. Mientras lo hacían seguían siendo el objetivo de nuevos rayos que los pulverizaban sin piedad.

¿Yo? Yo flotaba a la deriva, medio hundido en las congeladas aguas del río y aferrándome como podía a uno de los bloques. Sin embargo, como era de esperar, aquello no duró demasiado. Si seco y en el exterior rozaba la congelación, lo que experimentaba en esa situación no se podía definir con palabras. Mi respiración, antes más rápida para intentar compensar las duras condiciones climatológicas, comenzó a enlentecerse contra mi voluntad. Inicialmente los pies, pero posteriormente todo el cuerpo se fue entumeciendo a gran velocidad. No era capaz de aferrarme a nada y, como tal, me fui deslizando hacia las profundidades. Mi cabeza apenas se acababa de sumergir cuando, por primera vez en todo el tiempo que llevaba allí, dejé de sentir frío. Tampoco se estaba tan mal allí, ¿no? Al menos la canica seguía en su bolsita.
#28
Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
¿La muerte como meta duele? Quizá la causa, de entre las muchas opciones creativas que el ser humano ha ido desarrollando a lo largo y ancho de este mundo, por enfermedades, vejez, accidentes, asesinatos, etc... hay gente que incluso se muere de pena, o de desamor. Allí en la tundra, por un capricho del destino, experimenté lo que era morir, y tengo que decir, yo, que podría asegurar que he podido estar en el más allá, que una vez que pasas el trámite no está nada mal.

Frente a Atlas, pudimos darnos cuenta con facilidad la pronta formación de unos negros nubarrones que invadirían todo el yermo de hielo en el que nos encontrábamos. La oscuridad calló sobre toda la zona, y las nubes se perdían a mi vista en la lejanía, ¿cuánta superficie abarcaban? Pues resultaban especialmente extrañas, aunque desde que había despertado en aquella cueva, diferentes hechos ya lo habían sido, sin embargo, esa amenazante formación tormentosa, crecía por instantes a una velocidad alarmante, algo nunca visto al menos para mí, desafiando insultante a todas las leyes naturales climatológicas, como si un dios se tratase y desde el pedestal de la atmósfera en el que se encontraba, se dedicara a atemorizarnos con su infinito poder.

- Nunca antes vi que se formase tan rápido una tormenta, y menos de ese calibre. -

Añadí al comentario de Atlas, siendo partícipe de que una calma tensa se había adueñado también del lugar, volviendo al aire denso y estático, ¿desde cuándo una tormenta no traía rachas de viento bastante fuertes? Un estruendo de dimensiones colosales se haría presente, aunque no donde nos encontrábamos. Retumbó una columna de luz hacia el sur, que en su llegada al suelo, retumbaría los cimientos de este, aquello sacudió hasta el más mínimo ser que se encontrara en la tundra, y por puro instinto natural, ya se podría afirmar que, lo que sea que estaba sucediendo, no era nada bueno, y que consigo traía una devastación sin igual.

Asentí tras las nuevas palabras del rubio, con la cara desencajada, intenté esforzar mis piernas hacia su límite, con la vana fe de salvar mi existencia en aquel páramo de puro hielo. Pero la nieve retrasaba todo afán de supervivencia, se hacía dura y pesada, a nuestro paso, dejábamos altos centímetros de huellas que se desmoronaban por los estruendos. Un tremendo relámpago cayó, él más cerca entre tantos, justo por la zona en la que calculaba que aparecí, y si allí se hallaba la cueva, ya no sería más que un amasijo de rocas y nieve.

- ¡Sí! ¡Puede que tras el río podamos huir mejor, lejos de todo este caos! -

Grité, aunque con más ignorancia que esperanza, pues los truenos seguían sucediendo, devastando todo hacia nuestras espaldas y frente a nosotros. La montaña también sucumbió, su altura atrajo la mayor parte de las calamidades que se precipitaban contra el hielo, y la formación se desmoronó tras recibir cuatro truenos inmensos, por lo que si no nos finiquitaban los rayos fulminantes, lo haría el amasijo de nieve, hielo y rocas que se precipitaban en una enorme avalancha por las inmediaciones de la montaña.

Desesperanzados corríamos, pero sabiendo que nuestra insignificancia no nos daría la clemencia suficiente como para que por obra y gracia de una benevolente existencia divina, esta nos salvara nuestro sucio y frío pellejo de mortales. Y fue cuando, en aquella carrera sin salida, pero a la vez libre por la tundra helada, una imponente columna de luz cayó sobre el río que recorríamos, a un par de metros al frente.

Su onda, poder y devastación sacudió todo a su paso, dinamitando las cercanías desde su epicentro. Fue fulminante para cualquier ser mundano que se encontrase a esa distancia, y yo no iba a ser menos. Todo sucedió en milésimas de segundo, pero a la vez, pude presenciar una experiencia algo para normal, puede vi como me desdoblaba de mi cuerpo material, y aquel conglomerado de carne, huesos, pelo y telas, estaba siendo desintegrado mientras era despedido hacia atrás, carbonizado célula a célula. Noté como iba levitando, incorpóreo e inerte hacia arriba, hacia las asesinas nubes de color azabache que lanzaban aquellos truenos colosales. 

Desde la altura podía ver como la gigante tundra sufría una desintegración total, un auténtico apocalipsis, y ahí fue cuando todo se volvió negro de nuevo, cuando mi conciencia se desconectó, la tormenta cesaría para mí y cuando el descanso ante tal aberrante acto encontré.
#29
Shy
"Shy"
Rin pudo dar un par de pasos antes de notar su avance ralentizarse. Su rodilla se estaba endureciendo. Observó al tipo de delante, luego, su mano de helados dedos.

-Oh... -llegó a decir.

Su pierna se resquebrajó por completo, y Rin cayó de espaldas sin poder ofrecer una solución a aquel tipo, ni pudo pensar en el significado de todo aquel embrollo. Sencillamente, cayó, con la vista nublándose por momentos.

¿Así iba a morir? Pues era un destino de lo más aleatorio, que no hacía sino acentuar la absurdez de su fin, de su vida de incomodidad y timidez, de su amargura y tristeza por enviudar, de sus numerosas pero no demasiado sentidas riñas callejeras en nombre de usureros a los que, en realidad, no les importaba demasiado, más allá de que ese tal Shy era un buen combatiente. Y, visto su poco combativo final, de poco servía eso último.

-Ame... -pudo pronunciar, por última vez, el nombre de su difunta esposa.

No había más que hacer. De esta manera se había tejido el tapiz de su vida, con una derrota tras otra. Dio un último suspiro, lo poco que podía hacer su cuerpo helado.

Un púrpura resplandor invadió el cielo, y de forma atronadora, llovieron refulgentes lanzas eléctricas del cielo.

Una cayó sobre Rin. Y entonces, oscuridad.

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#30


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