Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Común] [C-Presente] Guía para guiris de Loguetown... o algo de eso
Ray
Kuroi Ya
Entrar a aquel edificio con Masao fue una verdadera experiencia. El devoto recluta hizo un extraño gesto moviendo su mano hacia su frente, después hacia su pecho y seguidamente hacia ambos hombros para terminar llevándosela a los labios al tiempo que pronunciaba unas palabras en lo que parecía ser una de las oraciones características de su fe. Una vez hubo finalizado aquel cortísimo ritual hizo un gesto al peliblanco, como queriéndole decir que que se dirigía hacia una estatua que representaba una mujer. Dicha figura era de un tamaño muy similar al de una persona adulta, y estaba cuidadosamente tallada en madera y pintada con todo lujo de detalles. Debía representar alguna deidad de gran importancia en aquella religión a juzgar por el fervor en los ojos de su devoto compañero cuando posó su mirada en ella.

A decir verdad, pese a que no creía en la existencia de ningún ente divino que gobernase todo, el joven de cabellos plateados no podía sino admirar la pericia y el esfuerzo que los artesanos que habían construido aquella iglesia habían dedicado a su obra. En cada esquina había una figura de madera tallada con un mimo absoluto, una pintura hecha con el más puntilloso detallismo o una vidriera en la que decenas de colores se fundían con la luz del sol cuando esta los atravesaba para dar lugar a preciosos juegos de luces. Múltiples velas encendidas en distintos lugares estratégicos dotaban de una luz lúgubre pero solemne al mismo tiempo a todo el recinto, lo que a ojos de Ray resultaba apropiado para un lugar destinado a la oración. Su sutil parpadeo hacía que las vidrieras proyectasen distintos tonos en juego de luces y sombras que resultaba verdaderamente maravilloso de contemplar. Parecía mentira la belleza que podía crear el ser humano cuando le inspiraba algo en lo que creía profundamente, ya fuese el amor, el odio, la pasión, la admiración o, como en este caso, la devoción y la fe.

Esperó a que Masao hubiese terminado sus rezos y plegarias en parte porque el tiempo se le pasó rápidamente mientras contemplaba las distintas obras de arte que adornaban el templo y por otro lado por una cuestión de respeto hacia su compañero y sus creencias. Ya que se había ofrecido a acompañarle, lo menos que podía hacer era esperarle y asegurarse de que no se quedaba allí abandonado, ya que conociendo al resto del equipo era posible que cualquier pequeño estímulo hubiese distraído su atención se hubieran olvidado de que estaban allí dentro.

Sin embargo la escena que encontraron al salir de la iglesia no era ni mucho menos la que esperaban. El griterío de la multitud enseguida les alertó de que algo había ocurrido. El peliblanco no tardó en divisar al resto de sus compañeros, que se encontraban junto a un hombre que estaba tendido en el suelo. Aparentemente ebrio, tan solo llevaba un cinturón con una borla rosa que parecía semejar la cola de un conejo, llevando todo el resto de su cuerpo al aire, lo que incluía sus genitales. No obstante lo más llamativo de todo era con diferencia el cuchillo que se encontraba clavado en su hombro derecho, justo por debajo de la clavícula.

El joven corrió hacia sus compañeros y preguntó si habían visto lo ocurrido y si tenían idea de quién había sido. Acto seguido se arrodilló sobre el herido y comenzó a inspeccionarle. La herida parecía profunda, y sangraba muy profusamente. Por su localización la hoja parecía haberse abierto paso entre las fibras musculares del pectoral mayor justo por debajo de su inserción en la clavícula. La respiración agitada del tipo hacía pensar que, casi con seguridad, había perforado la pleura.

- ¡Necesita una operación urgente o morirá en cuestión de horas o incluso minutos! - Dijo en voz alta, con intención de que la gente a su alrededor lo oyera. - ¡Es necesario trasladarle cuanto antes al centro médico más cercano!

Esperaba que algún ciudadano portase un den den mushi que poder utilizar para llamar al hospital más cercano. Pese a sus vastos conocimientos médicos, una herida como aquella superaba con creces lo que cualquiera podría hacer en plena calle y sin instrumental de ningún tipo, así que la única opción que tenía aquel tipo era ser trasladado a la mayor brevedad posible a un centro donde hubiese disponibilidad de un quirófano en el que poder intervenirle para solucionar el colapso pulmonar que sin duda se produciría en los siguientes minutos de forma progresiva. No había tiempo que perder.
#31
Atlas
Nowhere | Fénix
Estaba a punto de ofrecerle parte de mi melocotón a Taka cuando el grito resonó en toda la zona del mercado. Rompí a correr detrás del peliverde, siempre en dirección a la zona de la que en teoría provenía el grito. Avanzar no era fácil, dado que el morbo siempre generaba curiosidad y no había autoridad que pudiese rivalizar con eso. A base de pedir paso y dar codazos nos conseguimos abrir camino hasta la víctima. Porque sí, era una víctima de apuñalamiento. El motivo de su atuendo era un tema que seguramente daría para ser tratado en las reuniones del próximo mes, pero aquél no era el momento de detenernos a valorarlo.

No, aquel tipo seguía vivo, pero no tenía demasiado claro cuánto tiempo podría seguir así. Estaba pálido, sudoroso y la herida no paraba de sangrar. Mostraba  una respiración acelerada que daba cierto miedo. Sin pensar demasiado, simplemente llevando a la práctica lo que alguna vez había escuchado de pasada, arrebaté su abrigo a una señora que observaba la situación en primera fila —y cualquiera la movía de ahí, con lo interesante que estaba el asunto— y comencé a hacer presión en la zona. A pesar de ello, la rapidez con la que la prenda se tiñó de rojo y cómo la sangre seguía manando me dejó bastante claro que aquello difícilmente podría resultar efectivo.

Menos mal que llegó Ray. Después de un rápido vistazo al tipo pareció intuir qué estaba sucediendo allí donde nuestros ojos no llegaban. A juzgar por la severidad de su rostro y la premura con la que indicó la necesidad de trasladar al apuñalado, la situación era verdaderamente grave. Se podía intuir sin tener grandes nociones, de acuerdo, pero todo se volvía mucho más real cuando alguien lo afirmaba con conocimiento de causa.

—¡He llamado al médico! —clamó entonces una voz entre la muchedumbre. Poco a poco se fue abriendo paso un hombre corpulento que portaba un Den Den Mushi en sus manos. A juzgar por el mandil manchado de harina, debía ser panadero.

—De eso ya tenemos —respondí—. Lo que necesitamos es algún medio para poder transportar rápido a este hombre.

—Yo tengo una carreta. ¿Servirá?

—Mejor eso que nada, ¿a qué está esperando? —repliqué, sin saber muy bien si seguir apretando en la zona del sangrado. Tal vez fuese incluso contraproducente... Sin decir nada, miré a Ray en espera de alguna indicación al respecto.

Entretanto, a espaldas del de pelo blanco una mujer joven que había estado situada en primera fila se dio la vuelta y, con suma agilidad, comenzó a escabullirse entre quienes estaban alrededor. Serpenteaba como quien está acostumbrado a moverse en zonas estrechas y no llamar la atención. Aun así, por la forma en que las cabezas se hacían al lado unos instantes en medio de la muchedumbre se podía intuir qué camino estaba siguiendo.

—¡Camille, Taka, Masao! —exclamé para llamar su atención y advertirles—. Parece que por allí se marcha alguien que tiene interés en quitarse de en medio lo más pronto posible —añadí, haciendo un gesto con la cabeza en la dirección por la que se había marchado la mujer.
#32
Masao Toduro
El niño de los lloros
Moverse entre aquel barullo era algo complicado, por lo que, poniendo su cara de pocos amigos, comenzó a refunfuñar y a abrirse paso entre “las aguas” como si de Moises se tratará.

AQUÍ VIENE LA AUTORIDAH gritaría mientras se abría hueco tanto para mí como para el albino, el cual rápidamente consiguió llegar hasta el herido.
La herida pinta fea, no sería el primero ni el último que veía morir por un navajo en esa zona. Un sudor frío le recorrió la espalda recordando la última imagen que tenía de su abuelo en una escena similar, después de haberse metido con la familia equivocada.

De reojo comenzó a mirar a u izquierda y derecha tratando de ver si localizaba algo que le desentonará, aunque claro, al ser nuevo en la isla, todo le resultaba nuevo y en alguna que otra medida llamativa. No fue hasta que el rubio dio la voz de alarma que rápidamente se percató de la mujer que había percibido su compañero.
Sin mucho miramiento y con poco tacto rápidamente cargué como un toro de los encierros, comenzando a apartar a los diferentes civiles, zarandeándolos a un lado u a otro según iba nadando entre la muchedumbre. Y es que momento como aquellos no era ni momentos ni para las formas ni para los protocolos que le habían cantado durante las formaciones. Poco a poco comenzó a alcanzar a la mujer de pelo blanco, que a la vista de que íbamos tras ella, acelero el paso y dejando a un lado las apariencias.

Tras abandonar la nube de personas, la mujer comenzó a correr calle abajo metiéndose por uno de los callejones. Yo la seguí unos instantes después, lo suficientemente rápido como para ver por el callejón que tiraba, apretando la carrera giré por el callejón recortando unos valiosos metros a la sospechosa, la mujer fue deslizándose por los sinuosos e intrincadas callejuelas que componían aquella barriada, con la vana esperanza de darme esquina.

Lo que no sabía es que aquel el menda se había criado en el barrio y que le cada uno de sus sudorosos poros emanaba “calle”. Primero eran treinta, luego veinte, ocho, veintiséis, veintitrés… poco a poco los palmos que los separaban se reducían, la mujer podía ser sigilosa y taimada, pero no era tan rápida como un sureño "engorilado" de tres al cuarto.

NIÑA, VEN PA ACÁ QUE TE VOY A LLEVAR A CONFESAR le gritó a modo de intimidación ¡TE JURO POR MI MADRE QUE TE VAS A IR A CONFESAR! le espetó mientras reducía aún más la distancia con la mujer ¡COMO QUE ME LLAMO MASAO!— le insistió a la desperada mujer que veía su distancia reducida a tan solo diez palmos, tras que propinará un salto que me permitió ahorrarme todas las escaleras que acaba de descender la joven.

Las adoquinadas callejuelas, y sus traicioneros adoquines, junto a la humedad propia del puerto, hacían de aquel encierro una prueba para todos sus participantes. A media de que la distancia menguaba fue fijándose con más detenimiento en los detalles de la barriada, sus paredes de ladrillo mohoso, las diferentes tuberías, y tenderetes con las camisolas, pantalones y variada ropa interior daban color a un escenario tan gris.

No fue hasta uno o dos minutos más tarde que se abalanzó sobre la mujer, reduciéndola en el suelo con bastante rudeza, y apartando de un manotazo el arma que intento sacarle, una pistola de chispa de época de su bisabuelo.

La has cagado chaval espetó a la mujer antes de escupirme en la cara.

Cuando quise replicar, por otros callejones comenzaron a aparecer una media docena de hombres calvos, con cara de pocos amigos y un nulo sentido de la moda.

Aquí el equipo de limpieza, nos encargamos nosotros dijo uno por uno de esos caracoles, antes de colgar y guardárselo para sostener con las dos manos la tubería que sostenía en sus manos.

A coño, vosotros debéis ser del club de fan del “Don limpio” bromeé yo antes de noquear a la mujer antes de incorporarme, sonriente y confiado.

A todo esto donde estaba el guía, estas cosas son las que le tenía que explicar a uno, menos mal que le sobraba ingenio para deducirlas el solito. En fin, le quitaría una o dos estrellas en la encuesta de la agencia de viajes.
#33


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