¿Sabías que…?
... existe una tribu Lunarian en una isla del East Blue.
[Común] [P - Entrenamiento] Matarreyes... ¿marinos?
Umibozu
El Naufragio
29 de verano del año 724 a las 12:21,
Mar abierto,
East Blue.

La mañana estaba resultando agradable. El sol brillaba en el cielo azul, tan solo desafiado, o acompañado según para quién, por unas pocas nubes de pequeño tamaño, pero un blanco nuevo e impoluto. Nada presagiaba tormenta alguna y no la habría, al menos climática; el mar guardaba con recelo sus designios y te los escupía a la cara con violencia, arrollándote, y no podías reaccionar hasta que era demasiado tarde. Todos lo descubriríamos pocos días después, en especial Tofun, pero en ese momento nada apuntaba a ello y todos los presentes disfrutábamos de una mañana tranquila. Esa misma mañana habíamos recibido los carteles de recompensa por lo sucedido en la isla de Oykot. Nanbasen, me habían apodado. El Naufragio. Umibozu El Naufragio. El apelativo me había sido otorgado por los balleneros de la isla tras derribar prácticamente de un golpe la presa que alimentaba la central hidroeléctrica y debía decir que me encantaba. Lo portaba con orgullo, no tanto por lo que significaba o el motivo por el que se me había dado, sino porque quién lo pronunció primigeniamente lo hizo con respeto y admiración. Todo lo acontecido en Oykot había despertado un nuevo propósito. Habían sido días intensos y aunque aún no sabría definir la relación que mantenía con mis compañeros de viaje, de algún modo Oykot la había cambiado. Al menos por mi parte.

Salté de la cubierta del barco al mar. En esta ocasión y a diferencia de lo que solía hacer salté a gran distancia. A toda la que pude, con la intención de evitar inundar la cubierta de nuevo. Normalmente no me importaba, pero ya lo había hecho esa misma mañana y, aunque eso tampoco tenía importancia, quería saber cuán lejos podía llegar. Mar abierto era un lugar maravilloso para ese tipo de prácticas en alguien de mi tamaño, pues no tendría que preocuparme por destruir ningún edificio. Además, recientemente sentía que había crecido. No. No era un sentimiento, era una realidad. Espacios en los que antes entraba con más o menos holgura, de repente ya no podían contenerme y la distancia del fondo marino ya no era tan grande como antes. Debía haber dado el último estirón, aunque desde hacía años que ya no había aumentado mi tamaño. Quizás el retraso se debiera a los años de cautiverio y escasa actividad en el estanque del Tenryuubito. Como fuera, no era algo que me preocupase, sino más bien lo contario. Desde hacía un tiempo, estaba en completa armonía con mi tamaño. No solo eso, sino que además estaba orgulloso y sacaba provecho de él. Cuando salí de nuevo a la superficie, el barco todavía oscilaba tratando de mantener un equilibrio bastante precario en ese momento. La superficie marina ayudaba empujando a la embarcación hacia arriba cuando esta trataba de volcarse con un sinfín de olas. Comencé a nadar lentamente hacia el barco. La distancia era larga, al menos para los estándares humanos. No tanto para mí. Aproveché para recorrer la distancia nadando tranquilamente y haciendo alguna cabriola que otra debajo de la superficie, a modo de ejercicio. Se me acababa de ocurrir una idea.

-¡Airgid-lurk! - llamé cuando estaba cerca del barco. Escupí agua al cielo como si fuera una fuente gigante todavía en el agua- ¿Te parece que entrenemos y así estrenas esa arma que conseguiste en Oykot-lurk? - La chica de una sola pierna tenía un carácter de mil demonios. Suponía que ser tullida parte de su vida le había marcado el carácter y forma de ser, haciéndose valer en un mundo en el que partía con desventaja y debía esforzarse más que el resto. Al menos… una pierna más. Sonreí silenciosamente por la ocurrencia. Ignoraba si la joven apoyaría la propuesta. De no querer, quizás le preguntara al vikingo, aunque si me había parecido conocer ligeramente a la coja, su competitividad no distaba tanto de la del rubio.

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#1
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Tras una mañana movidita y llena de emociones, con pesca, degustación de comida y ronda de carteles de wanteds de por medio, Airgid se encontraba pasando el rato en cubierta. Estaba recostada en una tumbona que se había agenciado y la cual había colocado de cara al sol, para tumbarse mientras se tomaba un cola fresquita y veía si por suerte pillaba un poco de color. Aún quedaban horas hasta llegar al Baratie, y a veces a una solo le apetecía descansar un poco, poner el reloj en pausa y tomar el sol tranquilamente sin pensar en las preocupaciones. Si es que las tuviera, que por suerte, ahora mismo no era el caso. De hecho, Airgid solía ser bastante despreocupada por lo general, le gustaba relativizar los problemas en lugar de ahogarse en un vaso de agua, intentar de resolver lo que sea que ocurra, con eficacia. Pero era mentira, sí que había algo que atormentaba la profundidad de su mente, justo apareció en su cabeza como un pensamiento intrusivo que se colaba donde nadie le había invitado... un invento que no había sido capaz de llevar a cabo.

Frunció el ceño solo un segundo, antes de sacarse ese tema de la cabeza y tomar de nuevo entre sus manos los diferentes carteles que les acababa de aterrizar en toda la cara hacía apenas unas horas. Tenía el de todos menos el de Ragn, por algún motivo se lo había guardado y no quería que nadie lo viera. A Airgid le picaba una curiosidad tremenda descubrir el porqué tras ese motivo... pero ya tendría ocasión más adelante para tratar de sonsacárselo. Por el momento, solo volvió a echar un vistazo al de sus compañeros y al suyo propio. Ella había salido genial en la foto, con su casco de moto y sus gafas de aviador, incluso Ragn la había halagado. El de Umibozu era bestial, con aquel mote que se había ganado tan increíble y poderoso, digno de respeto. El de Ubben era... sorprendentemente enorme, una cantidad desmesurada, ¿qué clase de travesuras había hecho ese tío? Pero el de Asradi era el más divertido de todos, con aquel disfraz de sushi que se puso para la boda y esa sonrisa de oreja a oreja. Casi no parecía ser una sirena de verdad, sino que la cola formaba parte también del disfraz. A Airgid se le dibujó una sonrisa en la cara mirándolos todos. Era curioso el grupo que habían formado, unidos casi todos por casualidades. Pero eso era lo que lo hacía especial.

Estaba ahí, sumida en sus pensamientos, cuando escuchó un gran estruendo en la distancia. Se trataba de Umibozu, que llevaba ya un rato nadando en alta mar y ahora se dirigía de vuelta al barco, dando largas brazadas. Airgid le observó, aún no terminaba de acostumbrarse al enorme tamaño de su compañero, parecía más un rey marino que un gyojin. Una prueba más de lo curioso que podía llegar a ser el mar y sus criaturas. La llamó cuando ya se acercó lo suficiente, haciendo que la mujer se incorporase y se girase hacia él. — ¿¡Sí?! — Respondió a su nombre, curiosa por saber lo que tenía que decirle. Y joder si le sorprendió, estaba interesado en nada más y nada menos que un enfrentamiento. La rubia soltó una risa, divertida ante aquella nueva idea que había surgido. — ¡¡SÍ!! — Volvió a decir, esta vez sin preguntar, completamente convencida. — ¡DAME UN SEGUNDO! — Gritó, toda emocionada. Se levantó corriendo, o saltando, mejor dicho, y se acercó al bordillo contrario, donde había dejado sus armas. Siempre cercanas por si ocurría lo que fuera. Umibozu había insinuado de utilizar el arma que se había ganado en Oykot, pero la verdad es que era más un símbolo, un recuerdo, un trofeo. Su estilo no eran los kanabos, sino cosas más sencillas como un bazooka o una minigun. — Creo que me va más esto. ¿Qué te parece? Tampoco las he estrenado aún. — Y era cierto. Se moría de ganas por hacerlo. Decidió aprovechar la distancia que había tomado respecto a su posición en lugar de volver a acercarse. Al final, una tiradora tenía que aprovechar las ventajas que se le ofrecían.



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#2
Umibozu
El Naufragio
La joven rubia… ¿qué edad tendría? Parecía ser joven para la raza humana. O al menos conservarse increíblemente bien si no lo era. No tenía ni idea de cuanto vivían los humanos, ni en qué momento se les consideraba adultos. Era algo que tendría que preguntar en alguna conversación algo más distendida. La joven rubia estaba tumbada sobre una tumbona en la cubierta de La Alborada. Estaba dejando que su piel se tostara bajo el cálido abrazo solar. Como pez, aquello me resultaba curioso, pues nuestras escamas no cambiaban de color por más que nos diera el sol. Los humanos eran una raza muy peculiar, debía admitir. Como fuera, aquel pequeño grupo de seres dispares empezaba a hacerme sentir a gusto. De alguna manera la intensidad de todo y la naturalidad y espontaneidad que había ido forjando el vínculo entre nosotros me hacía considerarlos casi mi familia. Más parecíamos un circo que un grupo, pero quizás ahí residía la grandiosidad de nuestro grupo. Todos unidos por la misma corriente y, a la vez, todos diferentes. Si tan solo estuviera Timsy…

La chica imán pareció entusiasmada con mi propuesta. La verdad es que al verla ahí tumbada tomando el sol no tenía la seguridad de que fuera a aceptar. Mi sorpresa fue evidente - ¡Claro-lurk! – la observé salir corriendo a por sus armas. Supuse que iría a por el kanabo que había conseguido en Oykot, sin embargo cual no fue mi sorpresa al verla aparecer con un arsenal de artillería pesada - ¡Oe! – una enoooorme y goooorda gota de sudor frío brotó en la sien derecha. Las membranas de mi cuello comenzaron a expandirse y contraerse violentamente, como velas de barco furiosas. Aquello me daba un aspecto mucho más intimidante, si cabía, pero el motivo de aquel comportamiento no podía estar más alejado de la realidad. ¿Dónde me acababa de meter? A decir verdad, ese tipo de armas le pegaba muchísimo más que el kanabo, aunque tampoco es que le quedase nada mal semejante cantidad de hierro apoyada en el hombro o arrastrada a su lado sirviéndole de apoyo en el lado cojo. Fingiendo una inseguridad que no terminaba de sentir adelanté las manos y las agité como negando. Unos instantes después cesé el movimiento, me encogí de hombros y cambié a una expresión confiada con una sonrisa en el rostro. El teatro había terminado. Y entonces se me ocurrió la idea - ¡Eh, Airgid-lurk! Si te gano, ¿responderás a una pregunta? – en efecto, aprovecharía para preguntarle su edad y, de paso, cuando vivían los humanos y todas las demás dudas que me surgieran.

Dejé que la joven retrocediera, ganando así la distancia necesaria para que se sintiera cómoda para el combate. Mi brazo tenía un alcance de doce metros, distancia considerable a tener en cuenta. Más aún si teníamos en cuenta que mi cabeza quedaba algo por encima de la altura de la cubierta, dejando el resto del cuerpo sumergido bajo la superficie. Ambos estaríamos a la misma altura, más o menos, dejando únicamente por encima de la superficie del mar mis brazos, parte del torso y cabeza. La situación era muy similar a la que tuve con Tofun cuando lo conocí y casi devoro. Recordar aquello me hizo soltar un pequeño bufido en una sonrisa. Si quería evitar hundir el barco tendría que llevar cuidado. O mejor, directamente no golpearlo. Un movimiento mal calculado fruto de la emoción del combate y tendría que presentar al grupo de revolucionarios a mis congéneres. Así pues tan solo me quedaba defenderme. Esa era mi especialidad. Pero antes, probaríamos de qué pasta estaba hecha la chica chatarra.

Sin darle ningún aviso, fruncí el ceño, endureciendo la mirada ya clavada en ella. Aquello liberaría una onda invisible que trataría de intimidarla y golpearla físicamente. Medir su valía y fortaleza y serviría como inicio para nuestro combate. Aquel impacto también provocaría que la joven retrocediera si no tenía la suficiente entereza, lo cual sería un problema teniendo en cuenta sus problemas de apoyo y la inestabilidad del barco, la cual me encargaría de aumentar durante todo el combate. Por el momento parecía haberse estabilizado al haberse calmado las olas de mi zambullida, pero eso pronto cambiaría. Por el momento vería como recibía la joven el golpe y como reaccionaba, después… improvisaría.
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#3
Airgid Vanaidiam
Metalhead
¿Armas? Listas. ¿Granadas? Preparadas. ¿Metal? Hm. Airgid activó entonces el poder de su fruta del diablo, localizando cualquier pequeña veta de metal que se encontrara a sus alrededores. En mitad del mar se podría decir que no había demasiado, solamente el que el propio barco almacenara en su interior. Supongo que La Alborada podía permitirse prescindir de algunos tornillos y recubrimientos, solo por un rato, luego se encargaría de ponerlos en su sitio, claro. También detectó a Matarreyes, por supuesto, el kanabo que se había agenciado hace poco. Pero de momento, esperaría pacientemente. No sabía si lo necesitaría o no, no conocía del todo bien las habilidades de Umibozu, no había tenido el placer de compartir destrucción con él en la presa de Oykot. Así que ahora era el momento de ver de qué era capaz. — ¿Una pregunta? — Aquello la había pillado por sorpresa, pero le gustaba su iniciativa. Le daba manga ancha a ella de también poder pedir algo a cambio en el caso de que fuera la ganadora. — ¡Me gusta! — Reunió algunos tornillos a su alrededor, eran pequeños, pero podían serle muy útiles si los usaba con cabeza. — Te propongo lo mismo, si gano yo, tienes que responderme a una pregunta también. — Comentó con una sonrisa que poco a poco fue afilándose, volviéndose más pícara.

Tenía ganas de pelear, de medirse, pocas cosas había en el mundo que le gustara más que probarse a sí misma. La rubia se preparó, esperando que el primer golpe viniera por parte de la bestia marina imponente que se alzaba ante ella. Si Umibozu no controlaba bien sus golpes, podría hundir a La Alborada con la misma facilidad que ella mataba a una mosca. Y bueno, algo parecido ocurría también con ella, con sus granadas, sus explosivos, sus bombas... si no tenía suficiente cuidado, el terreno en el que se encontraban pasaría a considerarse un hoyo en lugar de la cubierta de un barco.

Sin embargo, por mucho que estuviera esperando su ataque, por mucho que le tuviera de frente y encañonado con sus dos armas, no fue capaz de vez a la velocidad a la que le atacó el rey marino. Ni siquiera usó un puñetazo, que era lo que más se esperaba ella, sino que simplemente con endurecer la mirada, desató una oleada que la arrastró como un papelillo al viento, provocando que la misma soltara un gritito lleno de sorpresa. ¿Qué clase de poder era ese? Apenas pudo cubrirse, pero era extraño. Mientras su cuerpo retrocedía estrepitosamente hasta chocar contra la barandilla contraria del barco, se dio cuenta de que el daño que había sentido no era... físico, era algo más. Una sensación que no había sentido jamás. Por suerte, el choque contra la madera no le hizo daño.

¿Qué ha sío eso? — Preguntó, realmente intrigada. Aunque rápidamente se dio cuenta de que ahora le tocaba a ella responder a tal golpe que se acababa de llevar. Se incorporó, y comenzó a moverse hacia el costado derecho, es decir, el izquierdo de Umibozu, a base de saltitos sorprendentemente ágiles. — ¡Es igual! ¡Me toca! — Apuntó al enorme objetivo que era Umibozu, y confiando en la defensa que le ofrecían sus gruesas escamas, la mujer le propinó una tremenda ráfaga de disparos con proyectiles que tratarían de fragmentarse, provocando así diversas explosiones contra su oponente. Joder, qué bonito era ver cómo estallaban. Solo esperaba que en caso de no impactar contra el gyojin, se perdieran en el aire y no acabaran en el barco...



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#4
Umibozu
El Naufragio
La joven no perdió ni un solo instante en prepararse para el combate. Mientras duraba mi espectáculo dramático aprovechó para activar el poder de su fruta del diablo, atrayendo hacia si un puñado de tornillos, haciendo gala del apodo que yo le daba: chica chatarra. O chica imán. Mi propuesta la pilló por sorpresa, pero no dudó en aceptarla, ofreciéndome lo mismo. En su rostro se fue perfilando una pícara sonrisa. Sin lugar a dudas era una mujer segura de sí misma. Me gustaba.

Encajó con entereza el impacto, aunque el empuje consiguió desestabilizarla por completo y llevarla hasta la barandilla contraria de La Alborada, la joven no dió muestras de flaqueza - ¡Ah ah! Me tienes que vencer para que -lurk - repliqué divertido a su pregunta. Esas eran las reglas pactadas. Nuevamente sin perder ni un solo instante, rechazó la sorpresa inicial y liberó la furia de sus armas. Afiance mi defensa colocando los brazos por delante, dejando el escudo en primera línea para mayor protección. Sin embargo el ataque traería sorpresa, pues los proyectiles explotarían a mí alrededor. Fingiendo un daño que no sentí, proferí un alarido gutural que pretendía ser el mismísimo dolor abisal. Me eché hacia atrás como si el ataque hubiera sido fatal, creando nuevamente olas de gran tamaño que harían oscilar el navío y perjudicarían la estabilidad y puntería de la joven. Nada más sumergirme por completo, sonreí por mi pequeño juego. Inmediatamente activé esa concha tan particular que me desplazaba veinte metros en un instante para colocarme en tan solo un instante al otro lado del barco, a la espalda de la revolucionaria. Una vez allí, saldría violentamente para crear más olas y amplificar el vaivén de La Alborada y lanzar una enorme cantidad de agua a la cubierta trazando un arco con ambos brazos, que terminarían juntándose frente al pecho, al tiempo que avanzaba ligeramente con el pecho para aprovechar mi gran envergadura y movilizar así todavía una mayor cantidad de líquido. Aquello lanzaría suficiente agua como para inundar por completo la cubierta. Dada la ubicación y el terreno en el que estábamos, eludir tal cantidad de agua sería difícil.

Las membranas del cuello batían furiosas expandiéndose y contrayéndose a su libre albedrío, manifestando la adrenalina del combate con su peculiar manera, brindándome el aspecto de un auténtico coloso marino.
Aclaraciones

Cool Downs

Técnicas

Efectos Narrativos
#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Las balas explotaron sobre el cuerpo del titán marino, aunque su compañero se defendió en el momento preciso, minimizando el impacto de estos contra la enorme coraza que tenía como piel. Aunque, aún así, hizo un movimiento hacia atrás seguido de un alarido que le dio a entender a la rubia como que le había afectado más de lo que se había imaginado. ¿Quizás el fuego, al tratarse de una criatura marina, le dolía especialmente? La rubia se quedó pendiente de sus movimientos, tratando de disimular una sonrisilla confiada. Le pasaba que a veces se confiaba más de lo debido, tenía que corregir ese deje. Entonces observó cómo el vaivén de Umibozu no solo provocó que el barco bailase sobre la superficie del mar, sino que también le sirvió como una excusa perfecta para sumergirse en el mar, de repente.

En estas, que Airgid buscó una posición más central, tratando de colocarse en el eje del barco. No estar cerca de ninguno de los laterales la ayudaría en esa situación, pues no sabía por dónde podría aparecer Umibozu. No obstante, no le dio tiempo para alejarse lo suficiente, por lo que el gyojin la pilló de espaldas. Momento en el que, al salir a la superficie, no solo sacudaría el barco una vez más, sino que también lanzaría un montonazo de agua sobre el barco. La rubia dejó escapar un grito de sorpresa al notar todo su cuerpo empapado. Empapado de agua de mar.

La corriente la desplazó unos cuantos metros hacia el lado contrario. Joder, pelear contra Umibozu se sentía como un parque de atracciones, todo el rato empujándote de acá para allá, incluso con una parte refrescante, ideal para el verano. Lo que no fue tan ideal, fue que obviamente sus poderes de akuma se desactivaron al momento, como una corriente que se quedaba sin energía. Los tornillos y demás pequeños trozos de metal cayeron sobre la piscina que se había formado en cubierta, perdiéndose en el vaivén.

Airgid trató de mantenerse estable, mordiéndose irremediablemente la lengua por la frustración del contratiempo, pero preparándose para volver a disparar su arma, focalizándose ahora solamente en la puntería. Ya no contaba con el poder de su fruta, y de momento el nivel del agua no era lo suficiente como para afectar a su fuerza, pero no podía confiarse ni un poquito, pues eso podría cambiar en cualquier momento. Alzó su minigun y abrió fuego, a discrección, sin miramientos. Traspasar sus escamas sería una tarea complicada, ya lo había comprobado, así que, quizás... podría añadirle algo de sabor a sus ataques. Recubrió su arma y su pierna en electricidad, asegurándose de que, si por su mermada puntería debido al movimiento del barco, sus balas no acababan impactando contra él, al menos el agua quedaría electrificada. Puede que eso sí le alcanzara, con algo de suerte. — ¡Eres duro de roer! — Gritó la mujer, pasándoselo bien mientras combatía con algo tan nuevo como un enorme rey marino de más de veinte metros, disparando oleadas de su arma sin parar.


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VYD

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#6


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