Común Ragnheidr Grosdttir [Cronología y Diario]

Ragnheidr Grosdttir es un hombre que nació y creció en Elbaf, una isla lejana de la cual fue expulsado por sus creencias religiosas ( Info en la ficha). Es un tipo inteligente. Dentro de lo que cabe, sabe utilizar los pequeños defectos que van consigo, como la dificultad de la lengua mundana en la que hablan la mayoría de humanos. Suele dejar que crean que es un poco estúpido, pero nada más lejos de la realidad. Es apasionado, con un sinfin de energía que intenta paliar utilizando el ejercicio físico, del cual está obsesionado, sobre todo con levantar peso.
Es un excelente cocinero y cazador. Todo de lo que se alimenta proviene de su propia caza y además, le gusta bastante improvisar con los sabores. Risueño, pero bruto. Mide cinco metros y pesa media tonelada, como comprenderás le es imposible pasar desapercibido.
En un mundo sin soñadores, de qué sirve vivir.

Pequeña historia de Ragnheidr

Ragnheidr cree en diosas, en las antiguas y poderosas deidades femeninas. Su raza de guerreros, asentada en Elbaf desde hace cientos de años, ha mantenido una fe inquebrantable, pero las creencias de Ragnheidr son diferentes. Él venera a diosas que no aparecen en los mitos de su pueblo, la diosa de la muerte, la del azar, la del sol y la luna, entre otras. Esta devoción se forjó en los momentos más oscuros de su vida. Cuando apenas era un niño, Ragnheidr fue azotado por una enfermedad devastadora. Durante tres largos años, su cuerpo se desmoronaba lentamente mientras la fiebre lo consumía desde dentro. Los músculos que algún día habrían sido poderosos como los de sus ancestros, se marchitaban, sus huesos dolían como si mil agujas los atravesaran. Postrado en cama, el joven guerrero veía cómo los días se desdibujaban en un constante desfile de dolor y fiebre.

Cada amanecer se volvía una lucha. La tos incesante sacudía su frágil cuerpo, sus extremidades se entumecían, y la piel, antes cálida y viva, palidecía con el sudor frío de la agonía. Durante meses no pudo alimentarse, y solo bebía brebajes amargos que le traían los chamanes de su pueblo. Chamanes que, día tras día, lo visitaban, murmurando encantamientos antiguos mientras le ofrecían pociones de colores oscuros y texturas viscosas. Lo adormecían constantemente, esperando que alguna fórmula secreta lograra lo que la naturaleza parecía rehusarse a concederle: la sanación. Los remedios solo traían breves momentos de calma, seguidos por largas noches de pesadillas en las que la sombra de la muerte siempre se cernía sobre él. A menudo, su respiración se volvía tan débil que sus cuidadores pensaban que no sobreviviría la noche. Cada vez que cruzaba ese límite, en el borde entre la vida y la muerte, Ragnheidr sentía como si su alma se deslizara fuera de su cuerpo, llevándolo a un lugar ajeno al mundo de los vivos. En ese limbo, donde el silencio era absoluto y el tiempo no existía, conoció a Nosha, la diosa de la muerte. Nosha lo visitaba cuando el dolor era tan insoportable que Ragnheidr deseaba que todo terminara. Aparecía ante él como una figura envolvente y oscura, con una presencia suave pero imponente. Ella le hablaba en susurros, le contaba historias sobre el destino de los grandes guerreros, de aquellos que, como él, habían enfrentado la muerte y habían salido transformados. Le prometía que su sufrimiento no era en vano, que su destino era grande. "Serás una leyenda de los océanos", le decía, "el orgullo de tu familia y de tus ancestros".

En esos momentos, Ragnheidr encontraba una fuerza inesperada, un deseo de vivir que surgía no solo de su voluntad, sino del poder que Nosha le infundía. Sin embargo, la diosa también le dejaba claro que la vida que le concedía no era gratuita. Le estaba otorgando el don de la fuerza, pero tarde o temprano, él tendría que devolverlo mediante sacrificios. Tras tres años de penurias, en los que la fiebre casi lo consumió y su cuerpo quedó al borde de la inanición, Ragnheidr sanó de manera inexplicablemente rápida. Su carne volvió a llenarse de vitalidad, sus músculos recuperaron fuerza, y su piel, antes tan frágil, se tornó dura como el hierro. Los chamanes atribuyeron su recuperación a los brebajes y rituales que habían practicado, pero Ragnheidr sabía la verdad. Fue Nosha quien le devolvió la vida. Convertido ya en un joven guerrero, Ragnheidr continuó rindiendo culto a las diosas que le salvaron. Su conexión con Nosha se había sellado durante sus años de sufrimiento, y aunque había recuperado la salud, sentía que una parte de él permanecía siempre cerca de la muerte. Sabía que su destino estaba marcado, que la fuerza que había recibido no era un regalo eterno, sino un poder que requería ser devuelto algún día. Así, en silencio y con devoción, comenzó a rendir culto a diosas desconocidas por el resto de su pueblo. Mientras otros guerreros honraban a los dioses del trueno y la guerra, Ragnheidr susurraba plegarias a la diosa de la muerte, a quien veía no como una figura temible, sino como una guía que le había permitido renacer. Sabía que su vida ahora pertenecía a Nosha, y que cada victoria, cada sacrificio, lo acercaba más a la leyenda que la diosa le había prometido.

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